martes, 28 de agosto de 2018

Juan Salvador Gaviota: Las señales





Por @Joaquin_Pereira

Hace poco, ojeando películas en una biblioteca pública en Madrid, me topé con la versión cinematográfica del libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, dirigida por Hall Bartlett (1973). La primera vez que vi esta película fue a principios de la década de los 90 –del siglo pasado- en el pueblo de mi infancia, El Hatillo, en Venezuela. La vimos un grupo de jóvenes en la sede que utilizábamos para nuestras actividades. 

En aquella oportunidad me conmovió mucho ver esta película y estoy seguro que en parte influyó en las decisiones que tomaría más tarde y desencadenarían en el nacimiento de mi Taller de Escritura Creativa.

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Pero no es de esto de los que les quiero hablar esta vez a propósito de esta cinta. Quiero hablarles de las señales. Sí, ya alguno estará pensando, este tío ya viene con su literatura de siempre. Nada. Debo hablarles de las señales.

Desde que tengo uso de razón recuerdo sentir con mucha claridad eso que algunos llaman Intuición. Es como una necesidad imperiosa por hacer algo, ir a un lugar o hablar con alguien. Siempre que he escuchado y seguido a esa voz que me susurra en el oído, mi camino se ha visto favorecido por la buena fortuna.

Algunas veces esa intuición viene antecedida por lo que yo llamo señales. Son objetos, símbolos o frases que me consigo de forma recurrente y que casi me gritan “míranos, te estamos advirtiendo de algo importante, presta atención”.

Eso me pasó semanas antes de tener la idea de mi novela El enigma Pessoa –aún en boceto mientras me saco el miedo del cuerpo por salir de Venezuela y me estabilizo en España-. Veía frecuentemente espirales en todos lados. No es que viera alucinaciones, simplemente cada vez que veía un espirar es como si esa figura resaltara por encima del resto. Luego comprendí que se trataba del leitmotiv de mi novela: la espiral del ADN.

Ahora en Madrid me pasó algo similar pero en esta oportunidad la señal vino en forma de plumas de aves. Días previos a encontrar nuevamente a Juan Salvado Gaviota, las plumas me llamaban la atención fuertemente. Sabía que era un mensaje simbólico avisándome de algo. En un primer momento lo asocié con una especie de protección angélica o la advertencia de que volviera a tener fe y dejara de preocuparme tanto por las cosas materiales. Ahora sé que me estaban avisando de la importancia de volver a ver esta película.
Para los incrédulos y antes de continuar con la lección que obtuve al ver nuevamente la película, quiero darles un ejemplo de los tantos que tengo sobre cómo las señales y la intuición me han conducido providencialmente.

Ocurrió en mi primer viaje a la isla de Madeira, en Portugal, donde nacieron mis padres. En aquella ocasión la intuición me instó a comprar un libro del periodista JJ Benítez titulado Al fin libre. No tuve oportunidad de leerlo durante el trayecto y cuando me encontré con un primo que no veía en años se lo regalé sin pensarlo. La intuición fue muy directa esa vez: tienes que dárselo.

Pasados unos meses supe de la muerte del padre de ese primo, es decir, de mi tío; tenía cáncer en el estómago y cuando los visité no sabía de su estado. Luego al revisar el contenido del libro que le regalé a mi primo comprendí por qué mi intuición insistía en que se lo diera. En ese libro el autor relata la experiencia de la muerte de su padre por cáncer y su comunicación posterior con su espíritu que le señalaba que no se preocupara, que estaba bien, que al fin era libre.

Ese mensaje precisamente es el que debió necesitar mi primo luego del fallecimiento de mi tío. 

Qué mano sutil me movió a comprar un libro que luego sin leerlo ni saber su contenido terminaría en manos de la persona que más lo necesitaba. Ese es el poder de las señales al que hago referencia a propósito del reencuentro con Juan Salvador Gaviota. 

Mientras escribo estas líneas consulto mi celular, abro Instagram y qué es lo que veo: una imagen de una pluma y un mensaje “Cuando deseas algo con el corazón los ángeles y el universo conspiran para realizar tu deseo”. Señales. Hago repost de esa imagen en mi cuenta para quien quiera verificar lo que digo. Busquen la imagen de las que les hablo publicada hoy 27 de agosto de 2018.

El mensaje que Juan Salvador Gaviota me trajo en esta oportunidad fue contundente: El tiempo y el espacio no existen, es sólo una forma en que tu cerebro intenta organizar el mundo, pero no son reales; todos los seres humanos estamos unidos por el pensamiento; no hace falta estar cerca físicamente para amarse.

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Transcribo algunos de los diálogos de la película que me parecieron muy significativos:
- La velocidad perfecta es estar allí –explica Chang.
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- Dice que todos podemos aprenderlo –dice Marina-. Cuando queramos aprenderlo… en la próxima vida quizá.
- No es tan difícil Juan, una vez que hemos entendido – dice Chang.
- Yo quiero entender ahora. Cómo se siente uno ¿A dónde se puede ir? –responde Juan.
- A cualquier sitio, en cualquier momento, donde quieras ir. Yo he estado en todas partes y a todas horas. Al final uno empieza a pensar que el espacio y el tiempo no son reales –explica Chang.
- Para volar no hace falta fe. Para volar hace falta entender lo que es volar –dice Chang.
- Juan, tú naciste para ser maestro, para mostrar la verdad a todo aquel que esté luchando por romper sus barreras. Es importante que des lo que has recibido como un regalo a todo aquel que quiera aceptarlo –señala Chang-… Sigue aprendiendo amor.

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La vida sabía que en estos momentos, al estar alejado físicamente de mis afectos más queridos, me iba a sentir ahogado. Saber que con el pensamiento puedo estar donde desee me genera un profundo estado de paz.

Luego sí, estuvo todo ese tema de ser un paria de una bandada dedicada a luchar por un bocado de comida, mientras lo que se desea es volar. Siempre me sentí identificado con Juan Salvador Gaviota al saber que no encajaba en un mundo mediocre de seres asustados. No es casualidad que los talleristas que pasan por mis cursos, a la par de escribir, terminan rompiendo con relaciones o situaciones que los mantenían limitados o con la sensación de estar encadenados. 

Quizá ese fue un segundo mensaje que debía recordar tras ver la película: retoma y reimpulsa el taller de escritura. Insiste a tus talleristas que escribir es una necesidad vital y no una lucha de egos. 

Misión cumplida, hablé de las señales. Debo confesar que escribí este texto de un solo tirón como si una fuerza se hubiera apoderado de mis dedos en el teclado.

Deseo que los lectores de esta crónica vuelvan a escuchar a su intuición y se dejen guiar por las señales. Y para los que desconfían y sienten que el mundo es pesado y sin sentido les invito a ir a un aeropuerto y ver como despegan esas moles voladoras como si fueran aves. Alguien alguna vez recibió un susurro de su intuición que le decía “tú también puedes volar”, lo que llevaría al nacimiento del avión. 



martes, 21 de agosto de 2018

Daybreak: Cuando nuestra pirámide de Maslow se tambalea




Por @Joaquin_Pereira

De los 17 a los 22 años pasaba mis días entre la Universidad Simón Bolívar –en mis estudios de Ingeniería en Computación-, y la sede de un grupo juvenil que formamos en El Hatillo, donde estaba mi casa. Se podría decir que no necesitaba nada para ser feliz: tenía un techo seguro, recibía educación de alto nivel y me sentía motivado colaborando con un grupo de amigos. Mi pirámide de Maslow estaba integrada y sin fisuras. 

Con el pasar de los años y el advenimiento de la dictadura chavista en Venezuela, ese paraíso en el que vivía se fue desmoronando. Ahora me encuentro en Madrid luego de que me obligaran a quemar los puentes de retorno a mi país y tratando de llegar a fin de mes con el recurso suficiente para pagar mi piso. En los primeros meses he tenido que recurrir a la ayuda de amigos y familiares para que me apoyaran en esto. Para el momento en el que escribo esta reseña ya he captado algunos clientes dentro de los servicios que comúnmente ofrezco: taller de escritura, asesoría de redacción, corrección de textos y manejo de redes sociales. Aún no logro estabilizarme del todo y mi pirámide de Maslow sigue tambaleándose. 

En los días de mayor angustia me he sentido como la protagonista de la cinta Daybreak (Albania, 2017), del director Gentian Koçi. Se trata de una madre que es expulsada de su casa por no poder pagar el alquiler y tiene que emplearse como cuidadora de una anciana moribunda para poder tener un techo donde vivir. 

El temor de terminar en la calle despierta en el ser humano todo lo de animal que sobrevive en nuestra corteza cerebral. Podemos hasta pensar en hacer cualquier locura para que esto no ocurra. Esto fue lo que le sucedió a la protagonista de la película a la que hago referencia.

De las sensaciones más angustiantes que pueden vivir un ser humano está la de tener sólo horas para pagar el alquiler de su habitación. Desde mi llegada a Madrid he tenido que vivir esta experiencia varias veces y no se lo deseo a nadie. 
No es sólo el terror de pasar la noche en la intemperie. Es la sensación de frustración que se siente lo que es lo más terrible, al saber que deberíamos estar dedicados a trabajar en nuestros proyectos personales y en nuestra obra y no podemos por la urgencia de la situación.

Pasado el susto nos queda un mal sabor en la boca y una necesidad imperiosa de que eso no nos vuelva a ocurrir. 

Cada primero de mes en Madrid con el piso pagado me alejo de cometer una locura similar a la que ocurre en Daybreak, pero para estar prevenidos voy a tomar un curso por YouTube de albañilería. Vean la película y entenderán el porqué.  


lunes, 20 de agosto de 2018

Son of Sofia: Cuando la realidad nos abruma



La muerte de un familiar, la ruptura de una pareja, el despido de un empleo, un accidente, una tragedia natural, una enfermedad grave, la hiperinflación en un país… Son circunstancias para las que por lo general no estamos preparados y ante las cuales nuestro arsenal psíquico echa mano de lo mucho o poco que se tiene para intentar comprender, digerir y en lo posible actuar para manejar o por lo menos soportar los efectos de esas situaciones. 

Todos terminamos siendo un poco niños ante una realidad que por momentos puede abrumarnos. Y como niños utilizamos nuestra capacidad de ficcionar para sobrevivir a las borrascas, tempestades o monstruos que se nos presentan en el camino de la vida. 

Eso hace el protagonista de la película Son of Sofia (Gracia, 2017), de la directora Elina Psykou. Después de varios años sin ver a su madre, Misha de 11 años, vuelve con ella para descubrir que se ha vuelto a casar con un hombre cuya edad supera a la de su abuelo. No soportando la situación escapa varios días y se refugia en casa de un prostituto levantador de pesas que lo instruye en sus dos oficios.

La realidad a la que se tiene que enfrentar Misha es tan abrumadora para él que debe recurrir a su imaginación para sobrellevar el impacto. Es así como se observa a sí mismo como un pequeño oso y a su madre como una osa encadenada. Figuras de cerámica, peluches y globos cobran vida también en los sueños lucidos del niño. Prefiere vivir en una ficción que soportar su nueva realidad.

Reconozco que en parte al sumergirme en la lectura de un libro o en el disfrute de una serie o película lo que busco es un poco de oxígeno ante una realidad que por momentos me ahoga. Primero para intentar sobrevivir en un país como Venezuela cuya espiral inflacionaria hacía de la locura lo normal. Luego para paliar el impacto de emigrar sin recursos económicos a un país como España donde todo funciona a la velocidad del rayo. 

Ya estoy acostumbrado a los altos contrastes en mi vida. De hecho decidí nacer en el seno de una familia con un padre ausente y una madre sobreprotectora. Equilibrar tensiones parece ser un ejercicio que pedía mi alma en esta encarnación. 

La escritura y la generación de mundos de ficción más que un oficio al que me dedico es la forma con que me inserto en la realidad para que su brutal caos no me aplaste. 

Muchos dicen que hay que madurar para enfrentar al mundo, yo opino lo contrario, que hay que ser más como niños para que la tristeza no nos quite las ganas de respirar. 



viernes, 17 de agosto de 2018

Self Criticism of a Bourgecis Dog: La restricción creativa




Cuando estudié fotografía en el taller de Roberto Mata en Caracas volví a notar que sufría de claustro fobia. Lo supe cuando hacíamos ejercicios con el formato cuadrado. Me sentía inmediatamente ahogado. Es por eso que tendí a trabajar el formato panorámico y la fotografía documental, esta última para que me sacara de los estudios y las poses y me llevara a la calle donde se desarrolla la vida con todo su caos y su maravilla. 

Esto lo recordé al ver la película alemana Self Criticism of a Bourgecis Dog (2017), del director Julian Radimaier, en el ciclo de Cine de Verano Indie proyectado en el centro cultural Matadero en Madrid.. Creo que es la primera película que veo que está concebida y presentada en formato cuadrado. Me sentí como si la estuviera viendo en Instagram en un celular gigante o en aquellas máquinas de los bares del lejano oeste norteamericano donde los hombres y los niños coleados observaban secuencias de mujeres sacándose las medias o el brasier. 

Desde las primeras escenas me di cuenta que el director logró romper con las restricciones de ese formato a punta de creatividad. Esto se nota sobre todo en las escenas del museo donde logra profundidad y diversos planos. 

En mi taller de escritura también uso la técnica de la restricción creativa, sobre todo en el nivel 2.0, cuyas pautas de escritura presentan exigencias precisas de las que el alumno no puede liberarse. Esto paradójicamente desata la imaginación de los talleristas y los libera del típico bloqueo del escritor ante la página blanco y el terrible “tema libre”.

Pareciera que el cerebro humano funciona mejor cuando le das parámetros concretos sobre los que enfocarse y se mantiene aletargado y disperso cuando le das mucha libertad. 

Esto me hace pensar en algo más trascendente, la razón del dolor en la vida humana y la búsqueda de la felicidad. Todos caemos en la trampa de intentar buscar la felicidad, utilizamos todos los recursos –tarjetas de crédito, drogas, sexo, premios- para tratar de atraparla y terminamos defraudados. Es allí donde aparece el dolor y alas adversidades para hacernos valorar los detalles más pequeños y cercanos a los que no le habíamos prestado atención y que a la larga nos brindan paz –esa felicidad descafeinada de la que nos hablaba el escritor JJ Benítez en esa especie de testamento que es su libro Mágica Fe

Desde que nací viví en un entono con recursos muy restringidos, eso paradójicamente desató mi creatividad. No imagino el desastre de ser humano que sería si me hubieran dado todo que quería desde niño. Quizá sería como uno de mis primos que sólo se levantan para tomar cerveza, contar dinero, bucearse a la hija de la vecina, babearse y volver a dormir. Un horror. 

Sí, continuo disfrutando del formato panorámico y el género documental en la fotografía, pero en cuanto a la escritura estoy tratando de ponerme restricciones para enfocarme y producir una obra coherente y estimulante. Algunas veces los corsés y las limitaciones terminan liberándonos de nuestras indecisiones y nos confrontan a movilizarnos y actuar.  

Por cierto, Self Criticism of a Bourgecis Dog trata de un cineasta transformado en perro que busca sobrevivir recogiendo manzanas mientras espera que le otorguen una beca para producir un guion de una película. Mientras tanto intenta no perder su “branding” fingiendo ante su enamorada diciéndole que no está sólo trabajando en el campo por un salario sino que está haciendo un investigación sociológica para su próxima obra. Mientras tanto conoce a una particular versión de Don Quijote –chino o japonés- y Sancho Panza -flaco-. Y para completar el tinglado aparece entre ellos un monje mudo parecido a San Francisco de Asís. Todo esto mostrado en el aparentemente restringido formato cuadrado. 

¿Te atreves a ponerte el corsé y desatar tu creatividad?  



jueves, 16 de agosto de 2018

Arrhythmia: Acercándome a tu galaxia




Cine sin cotufas es mi particular terapia psicoanalítica. Veo una película o una serie y siento qué remueve dentro de mí esa experiencia. Muchas veces lo que observo es mi sombra, mi lado oscuro, que muchas veces esconde un don o talento que no quería reconocer.

Por lo general descifro el tema general de la obra y a partir de allí desarrollo mi particular crónica. Pero esta vez, con la cinta Rusa Arrhythmia (2017), del director Boris Khiebnikov, no fue la historia en general lo que movió algo dentro de mí sino un particular diálogo de uno de los personajes protagónicos.

En la película observamos el momento de quiebre de la relación de una pareja joven, una doctora y un paramédico. Para los ojos de un observador distraído el motivo detrás de la solicitud de divorcio de la mujer a su esposo podría ser la diferencia salarial y de estatus entre ambos o el vicio del alcohol del marido. Pero esto no es así, hay un motivo más sutil pero más trascendente que esto. 

La joven lo deja muy claro cuando ante el cuestionamiento de su esposo sobre las causas de querer el divorcio ella estalla y lo deja en medio de una autopista diciéndole antes que ella no le pide el divorcio por alguna razón crematística o económica, ella lo deja porque está cansada de luchar por pertenecer a la burbuja vibracional de su marido, o en palabras más llanas, no quiere ser un mueble más sino que desea formar parte fundamental de la vida de su pareja. 

El diálogo al que hago referencia y que me impactó dice más o menos lo siguiente: “Estoy cansada de querer aproximarme a tu galaxia y que tú no te des cuenta de ello”.

Aproximarme a tu galaxia. Esa fue la frase que me conmovió.

¿Cuántas veces dejamos de ser quienes somos para agradarle a la persona que nos gusta? ¿Cuántas veces nos dieron una patada por el culo –como debe ser- para quedarnos como un cometa a la deriva sin sistema solar al cual asirnos?

Como somos tozudos, luego de ser expulsados de la galaxia particular de alguien, corremos a gravitar alrededor del sol de otra persona. Descubrimos su particular conformación de planetas –léase parejas y amantes- y volvemos a recibir nuevamente una patada por el culo.

Esto ocurre una y otra vez hasta que ya cansados nos damos cuenta que la clave es dejar de ser cometas y convertirnos en soles. Generar nuestro particular sistema e insertarnos en la galaxia que nos corresponde por nivel de conciencia y vibración.

Es así como –algunas veces sí, algunas veces no- es posible que dos galaxias se encuentren y se fundan generando un sistema central de dos soles –o tres o cuatro…- que vivan en armonía siendo quienes son y dejando libres a quienes aman, disfrutando el placer de saberse cercanos.

Estoy generando mi propio sistema en el que yo soy un sol. Estoy vislumbrando el tipo de galaxia al que pertenezco. Hay soles que me parecen atractivos pero ya no juego a chancear. Hay un sol azul brillando claro y transparente en mi horizonte. Sé que mi paz está cerca de él. Por ahora sólo debo brillar con luz propia.



lunes, 13 de agosto de 2018

CounterPart: Integrar lo que vemos en el espejo




Cuando nacemos estamos conectados fuertemente a la fuente universal del amor, somos amor en estado puro. Pero con el paso del tiempo proyectamos ese amor que somos en las personas de nuestro entorno, principalmente en nuestros padres, y comenzamos a competir con nuestros hermanos por la atención de ellos. Para hacer esto creamos una personalidad paralela a nuestro espíritu esencial, algunos lo llaman ego. Este ego crea estrategias de supervivencia. Algunos usan la máscara del pusilánime para ser tomado como inofensivos y pasar desapercibidos; otros asumen una postura agresiva para ocultar sus miedos y mantener a los otros a raya. Si pudiéramos vernos en dos universos paralelos, en cada uno con un tipo de personalidad diferente, nos sorprendería lo aparentemente distintos que podemos llegar a ser. Esta es la idea central de la que parte la serie CounterPart, de la productora estadounidense Starz, escrita por Justin Marks y con la interpretación del personaje protagónico del actor J.K. Simmons, ganador del Oscar por la cinta Whiplash

Justo cuando ocurre la caída del mundo de Berlín sucede una distorsión espacio temporal que genera dos universos paralelos, inicialmente iguales en todo. Una pandemia azota uno de esos universos generando diferencias notables entre ambos a partir de ese suceso. De eso va CounterPart, pero es mucho más que una simple curiosidad posible en la ciencia ficción. 

Howard Silk 1 nunca ha dejado de asistir a su empleo en varias décadas, aunque siempre ha deseado un ascenso nunca lo han tomado en cuenta para ello dentro de la organización. Su esposa ha sufrido un grave accidente que la mantiene en coma, él no ha dejado un solo día de visitarla y leerle poesía. Sabe que es capaz de mucho más de lo que ha logrado pero continuamente se está repitiendo a sí mismo que no está preparado aún para dar el salto, le aterroriza mostrar sus talentos y ser rechazado.

Howard Silk 2 no tolera que nadie le levante la voz o le dé órdenes, ha logrado escalar en la estructura de la organización para la cual trabaja dejando varios “cadáveres” en el camino de entre los que osaron cruzársele. Eso de estar pendiente de lo que siente su esposa y su hija le parece una cursilería por lo que genera una ruptura con ambas. Es un lobo solitario y aparentemente se siente orgulloso de ello, pero cuando está a solas siente un vacío que lo come por dentro. 

El encuentro entre los dos Howard hará que uno se empodere y deje su máscara de desvalido con la que intentaba encajar en la sociedad y el otro logre ser más empático mostrando su lado vulnerable que escondía detrás de su postura de ser sobrado y autosuficiente. Ambos intentarán trascender sus posturas egóicas disfuncionales para ser una unidad completa en si misma sin necesidad de doblegarse o apabullar para mendigar o forzar el amor de los otros. Ambos en el fondo desean volver a su inocencia primigenia. 

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En una de mis caminatas por Madrid observé una pancarta electrónica que estaba proyectando una cita reflexiva: “- ¿Qué tomas para ser feliz? - Decisiones”. Y efectivamente es así, estamos felizmente condenados a tomar decisiones permanentemente. Aún si nuestra opción es no hacer nada, eso ya es una decisión que producirá sus respectivos efectos. Cada una de nuestras decisiones nos hace atravesar un portal a un universo particular de entre los infinitos posibles. Lo maravilloso es que en todo momento podemos detenernos y elegir nuevamente para proyectar ante nosotros un universo más benévolo que en el que estamos. Hace un tiempo escribí un cuento corto sobre este tema de la generación de universos paralelos a partir de las decisiones que tomamos. A continuación se los presento:

Paralelos
Sé que muchos optan por el cigarrillo para superar la ansiedad durante el día, pero yo prefiero utilizar el último gadget de Apple: el Parallel Clock, un artilugio que permite revisar las probabilidades de fortuna que tiene tomar alguna ruta en la vida al captar los diversos universos paralelos que nacen luego de tomar una decisión. No sé cómo funciona. Escuché que algo tienen que ver los recientes descubrimientos sobre la física cuántica, pero al igual que con el comando a distancia del televisor o el interruptor de la luz lo importante es si funciona. Desde su lanzamiento los tarotistas y otros mercachifles han caído en paro pues con este reloj todos podemos escoger nuestra siguiente acción sabiendo que es la más afortunada. Por lo general hay cientos de opciones disponibles por cada pregunta que le dictamos al Parallel Clock, pero en este momento hay una novedad: Parado en esta esquina el reloj me muestra un solo universo posible. Tengo miedo de moverme y perder mi destino, así que espero. 
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Alguien tuiteó: De una sola bala mataron a un transeúnte que esperaba para atravesar la avenida. El robo no parece ser el móvil pues no le robaron su reloj. 

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En el capítulo 8 de la primera temporada de CounterPart los dos Howard se citan en el punto medio de los dos universos paralelos entre los que se han intercambiado. Su conversación es reveladora de la transformación que cada uno está viviendo al encarnar el estilo de vida del otro:

- Sí, la gente tiende a hacer locuras cuando sabe cómo es la vida de su otro yo. 
- ¿Así que lo has hecho por mi bien? 
- No deberíamos seguir aquí. Gracias por la información, lo comprobaré. 
- ¿Hay algo de verdad en ti? Después de todo lo que he visto, de lo que has hecho. ¿Queda un rastro de honestidad en ti?
- Mírate, Howard.
- ¿Lo hago, créeme?
- No hace tanto que te envié allí, como un cervatillo en el bosque. Y ahora persigues espías y me traes información útil. 
- ¿Qué quieres decir?
- Deberías darme las gracias.
- ¿Por qué?
- ¡Por abrirte los ojos, mierda! ¿Qué demonios eras antes? El patético maridito leal, mediocre, sumiso e inútil, con tus flores para la mesilla y tu maldita poesía. Mírate ahora. Hay un brillo distinto en tu mirada. ¿Estás disfrutando de mi familia?
- Te odian.
- Sí, es muy posible. 
- Aunque… algo menos últimamente.
- No me ha costado tanto sacar tu imagen del arroyo.
- Un poco de amabilidad, un poco de atención. Te sorprendería lo que se consigue así. He vuelto halgo de bondad a las cenizas de tu existencia… ¡dame tú las gracias!
- Te encanta, ¿verdad? Ir por ahí metiendo las narices en cada detalle de mi vida, en cada fibra de mi ser. 
- Te estamos ayudando.
- “Estamos” otra vez. ¿Sientes algo por ella, Howard?
- ¿Qué?
- Vamos, lo tienes delante: una segunda oportunidad. ¿No? O al menos una oportunidad de, bueno, probar y comparar. 
- Ella no es mi mujer.
- ¿Te gustaría mudarte a tu antiguo piso? ¿Vivir con ella? ¿Sentarte a la mesa con la hija que nunca tuviste? 
- Esta no es mi vida. Es la tuya, no la mía. 
- Sí, y hablando de tu vida, llevamos ya un rato aquí sentados y ni siquiera has preguntado por tu querida Bella Durmiente. Su situación no ha cambiado, por cierto. No sé si puedo decir lo mismo de ti. ¡O incluso de mí, por Dios! Me está matando, vivir tu vida. Cada vez que me miro al espejo, veo más y más de ti reflejado. Todo lo peor de mí, la debilidad y la tristeza me está invadiendo. No te culpo por no echar esto de menos. Aquello es mejor. 
- Lo hago. La echo de menos. 
- ¡Si ni siquiera sabes quién demonios es! Dios, pero que ciego estás. Siento lo de tu amigo del Go, por cierto. No creo que vuelvas a verlo por aquí.
- ¿Andrei?
- No sé cómo demonios lo has hecho para no enterarte de nada. Se conocen del hospital. ¿A su hermana la han ingresado ese mismo día? Qué coincidencia. Pero tú nunca las has visto. Él sin embargo te pregunta: ¿Cómo está tu mujer, Howard? ¿Cómo sigue?
- ¿De qué estás hablando?
- ¿Tú qué crees? ¡Se acostaban! Mierda. Dios, ¿es que no lo ves? ¡En qué estado de negación debes de estar para seguir idealizándola como lo haces! 
- Conozco a mi esposa. 
- ¿Qué? Perdona. Creo que no te he oído bien. Es un espía, Howard. Una farsante, igual que mi mujer. Es una superviviente que utilizaría lo que fuera y a quien fuera para conseguir lo que quiere.
- Bien, ya basta. 
- ¿Crees que tu vida es mucho mejor que la mía? Tu pequeña y miserable existencia. Las mentiras, unas cuantas frases de tarjetas de cumpleaños. Te dejas engañar con gusto. 
- Lo sé. 
- Vas siempre de puntillas. ¡Por el amor de Dios… no me extraña que te pasen por encima como una apisonadora! 
- ¡Maldita sea! ¡He dicho que lo sé! ¡Ya lo sé! Tantos años, las noches fuera, las excusas. ¿Crees que nunca me preguntaba nada? Lo sabía, sabía lo que pasaba. No… no los detalles de su trabajo, pero sí las mentiras. Sabía… lo de Andrei. Porque no ha sido el primero. Es humana. Ha cometido errores. E intentamos superarlo. Sé que no puedes entenderlo. Que a ti no te importa lo suficiente para esforzarte. La amo por todo lo que es y por todo lo que no es. Y al final, esa capacidad de amar, la capacidad de amar a alguien de forma desinteresada es lo único que me distinguirá de ti. 
- Deja de meterte en mi vida. No es la tuya. Son unas malditas vacaciones. Pero tarde o temprano volveré y tú volverás aquí, y no habrá cambiado nada. 
- Supongo que no hay más que decir. 

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Pensando en las disfuncionalidades egóicas que usamos para sobrevivir estuve pensando en las que podría haber asumido yo. Supongo que inconscientemente he utilizado máscaras para intentar adaptarme a la sociedad. Una máscara que sí recuerdo haber utilizado como medio de poder encajar en un grupo fue durante mi etapa de estudios de bachillerato. Cuando noté que mis notas me hacían ver como el cerebrito de la clase, no quise caer en el cliché de ser el nerd inadaptado que no es amigo de nadie o no invitan a las fiestas, así que sin descuidar mis estudios me forcé a ser “cool” frente a mis compañeros: participé de grupos deportivos, aprendí a bailar, e incluso me escapaba con ellos cuando decidían saltarse una clase e ir a tomar cervezas… Muchas de esas actividades en realidad no me gustaban pero las hacía para no ser rechazado. Ahora de adulto entiendo que lo que estaba haciendo era mendigando amor. Luego del bachillerato seguí usando esa postura de no alardear de mis talentos para que no me rechazaran. Lo que me funcionó en el bachillerato y quizá un poco en la Universidad ha sido fatal en mi fase profesional. Cuando debería mostrar mis talentos abiertamente y sin complejos, siento el temor adolescente de que no debería hacerlo o seré rechazado. 

Una youtuber famosa de astrología, Mia Astral, siempre dice “Cuando eres consiente no puedes ser indiferente”. Tiene razón. Ahora que entiendo que sigo actuando por inercia con posturas que ya no son funcionales debo hacerme cargo de ello y empoderarme. Dejar de esconderme detrás de la máscara del agradable, para mostrar quien en realidad soy, el capaz, aunque a algunos le pueda caer mal, ese no debe ser mi problema. 

Pensando en los universos que se despliegan ante mí con cada nueva decisión, en un primer momento me siento abrumado o perdido. Pero cuando me doy cuenta que sólo basta tener claro el núcleo de mi esencia –lo que amo, lo que quiero hacer y mis requerimientos- todas las decisiones fluyen con más facilidad y transparencia. A esto yo lo llamo mi “Tao personal”, y me está ayudando a crearme una vida de la cual me guste ser protagonista... sin máscaras.  Quiero ver cada mañana en el espejo mi verdadero rostro, con sus luces y sus sombras. 



jueves, 9 de agosto de 2018

Once Upon A Time in November: Ya basta de “búscate la vida”.



Por @Joaquin_Pereira

No importa si fuiste profesora o si eres un estudiante destacado de derecho, o amante de los animales o defensor de la ecología, si tu pirámide de Maslow le falta la base estás jodido y todos terminan diciéndote esa nefasta frase de “búscate la vida”.

No importa el bien que hayas hecho ni lo bien intencionado que seas, si a tu país lo secuestra un grupito de narcotraficantes –léase Venezuela- y te obligan a salir despavorido a un país donde nadie te conoce, la incertidumbre será tu compañera de viaje.

Fue inevitable pensar en ello cuando comencé a ver la película Once Upon A Time in November, del director Andrzej Jakimowsky (Polonia, 2017), dentro del ciclo de películas indie que proyectan a cielo abierto en Matadero, Madrid.

Un joven estudiante de derecho deambula por Varsovia en noviembre de 2013 al haber sido desahuciado de su vivienda junto con su madre y su perro por no poder pagar la hipoteca que pesaba sobre ella. Para colmo la ciudad sufre violentas manifestaciones entre fascistas y revolucionarios. 

Estuve a punto de pararme de la silla y dejar la proyección a medias al ver cómo el protagonista busca desesperadamente a su mascota extraviada en medio de las protestas callejeras. Todo en la cinta me recordaba aspectos dolorosos de mi pasado reciente que me he obligado a no pensar en ello para no ahogarme mientras intento abrirme paso en una ciudad en la que a nadie le importas una ostia.

En primer lugar está el temor a quedarme en la calle por no alcanzar el pago de la habitación que logré alquilar. Luego está la culpa por las mascotas que debí dejar en Venezuela en un par de refugios, cuyos dueños irresponsables terminaron extraviándolas o matándolas de hambre. Y también está el recuerdo de las protestas callejeras vividas en 2017 en Venezuela en la que murieron tantos jóvenes luchando contra un régimen dirigido por crápulas. 





Es como si la vida se estuviera burlando de mí, o si estuviera haciéndome pagar por un karma del que intenté escabullirme. Que si no lo quieres recordar tío te lo voy a poner en frente por una hora y en pantalla grande.

Luego de sufrir durante casi 100 minutos regresé a mi habitación en Madrid, agradeciendo que por esa noche tuviera techo y comida. Me acosté a dormir pensando que por lo menos por algunas horas no tendría de qué preocuparme. 

El problema es cuando sale el sol y la realidad se cuela por tu ventana. Allí tienes que echar mano de todas las estrategias de resiliencia que has tenido que utilizar desde que naciste para no volverte loco y lograr alcanzar tus metas.

Cada vez que creo haber pasado la tempestad una nueva urgencia me recuerda que Urano sigue en mi casa 12 destruyendo todo lo que alguna vez me dio seguridad, y ahora para colmo comenzó su retrogradación –me disculpan los que no sepan de astrología.

Para quien siempre ha logrado superar las adversidades y en el camino ayudado a otros con sus problemas, tener que admitir que requieres ayuda es algo que no aceptas fácilmente. Sé que todo va a pasar… alguna vez… quizá en noviembre. 



miércoles, 8 de agosto de 2018

Daphne: Entre el sexo y el amor




En los primeros 100 días de mi exilio en Madrid -digiriendo el impacto de pasar de un país donde nada funciona y todo escasea a uno donde todo fluye y hay abundancia de opciones- me he cuestionado sobre lo qué es lo verdaderamente valioso y trascendente.  

Confieso que por momentos me he sentido como la protagonista de la película Daphne, del director Peter Mackie Burns (Reino Unido, 2017), haciéndome preguntas como ¿vale la pena vivir?, ¿hay algo allá de la muerte?, ¿puede haber amor más allá del sexo?

En una de las escenas la chica es testigo de una agresión contra el dependiente de una farmacia. Mientras se desangraba lo único que repetía el hombre agredido era que quería tener cerca la foto de su familia. Para él sus hijos y esposa constituían lo más importante en su vida.

Por otro lado la vemos también conversando con su jefe sobre la existencia o no del amor. Éste le contesta que cada quien busca como satisfacer sus carencias, puedes tener una pareja y buscar sexo con otras personas, le dice. 

¿Lugar o no-lugar? Esa es la cuestión. Una foto significando todo para un moribundo y el sexo como algo tan intrascendente como fumarse un cigarro y botar la colilla. ¿Cómo conciliar ambos extremos?

Si seguimos colocando el foco de nuestra atención en lo que el mundo o la sociedad nos ofrece continuaremos tan perdidos como Daphne, ahogando nuestra incertidumbre en el alcohol y buscando en el placer del sexo sin amor una distracción momentánea.

Lo que me ha hecho no perderme en este laberinto de seres desolados y atemorizados es detenerme y recordar qué es verdaderamente valioso para mí. Yo lo llamo mi “Tao”. Consiste en una lista muy corta que incluye lo que amo verdaderamente y la obra que quiero dejarle al mundo. 

Siguen los cantos de sirena y las luces deslumbrándome en esta ciudad que se parece a un desfile interminable de maniquíes sin corazón, pero yo conservo en el bolsillo de mi camisa, del lado del corazón, una pequeña botellita de vidrio que asocio con mi “Tao”. Cada vez que me siento perdido tomo esa pequeña botellita entre mis manos y recuerdo por qué vale el esfuerzo vivir y cuál es mi lugar trascendente. 

El amor existe Daphne, si sólo dejaras de emborracharte y de follar con cualquiera podrías encontrarlo, comenzando con el reflejo de tu espejo por la mañana. Yo lo intento. 



martes, 7 de agosto de 2018

The Last Painting: Trascendiendo el dolor con arte



Por @Joaquin_Pereira

Un pintor en un estado notablemente afectado toma dos ojos y los mezcla con la pintura de tu última obra. Puede sonar a spoiler pero no sé si este término incluye también a las primeras escenas de una película. Más aún si está construida al estilo Crónica de una muerte anunciada.  

Se trata de la cinta The Lost Painting, del director Cheng Hung-I (Taiwan, 2017). El cuerpo de una joven muerta aparece desnudo, cubierto con pintura blanca y sin ojos en el apartamento-taller de un joven pintor admirado por su talento. 

Durante 107 minutos el espectador irá descubriendo quién causó la muerte y porqué. Hay cuatro posibles sospechosos del supuesto crimen: el pintor, su amante bailarina, un joven político y el amigo travesti de la muerta. Hay que decir que este último personaje por muy poco se roba la atención de la historia, convirtiéndose casi en protagonista por su drama personal al no reconocerse en el cuerpo con el que nació.

Además del juego de espejo –típico en relaciones de pareja- que ocurre entre el escéptico pintor y la esperanzada activista, cuya convivencia va equilibrando ambas tendencias egóicas, la película nos muestra cómo podemos trascender la mierda del mundo si la transformamos en arte.

El pintor llega a rozar la locura después de vivir la experiencia de represión policial contra una protesta estudiantil. Su forma de digerir todo el horror fue mostrar las escenas que vivió en varias pinturas. Luego de ello, decide aislarse del mundo, quizá para no volver a sentir un dolor tan extremo. 

En eso aparece esta especie de Candy-Candy taiwanesa y lo acusa de cobarde por dejar de expresar con su arte los deseos de libertad de su generación al dedicarse a pintar aparentemente situaciones intrascendentes. 

Cuando descubrimos cómo murió la joven entendemos que el pintor no traicionó su don para transmutar el horror en arte sino que alcanzó un nivel superior al pasar de retratar la violencia callejera a mostrar las sutilezas del mal representadas en los siete pecados capitales.

Esos ojos que el pintor incluye en la mezcla de su pintura son una metáfora de lo que los escritores hacemos también cuando escribimos. Todo eso que nos carcome por dentro, incluso de forma inconsciente, cobra sentido en nuestra obra. 

Como una especie de terapia gestáltica, escribir ha significado para mí una forma de poder vivir en medio de situaciones extremadamente complejas y dolorosas. Así mismo a lo largo de estos años dictando una taller de escritura creativa he visto como los participantes muestran su dolor personal, así sea que aparentemente sólo están hablando de dragones o princesas.

En varias ocasiones a lo largo de mi vida me he sentido perdido o abrumado.  Únicamente cuando he logrado transmutar en un texto las emociones que se agitan dentro de mí es cuando he podido alcanzar nuevamente mi centro y volver a respirar en paz.

No entiendo cómo la gente “normal” puede soportar convivir con sus tragedias personales sin ahogarse en ellas. Comprendo que el uso de drogas, el sexo sin amor y los medios de distracción masiva permiten taponear el dolor de cierta manera pero ¿a costa de qué?: convirtiéndonos en esclavos.

Escribir, como la pintura en el caso del protagonista de The Last Painting, ha significado para mí la forma de plantarle cara al dolor, agarrar al Minotauro por los cuernos y sacarlo por fin del laberinto. Luego de pintar con palabras un texto en la hoja en blanco logro la distancia emocional que requiero para ver el rostro de ese monstruo interno que me acosaba y por fin abrazarlo. 

Luego de cada decepción con que el mundo me presenta “su realidad”, un texto, una historia que escribo, me vuelve a salvar. Un respiro hasta el próximo dolor.



lunes, 6 de agosto de 2018

So Help Me God: Quitándole el drama a la vida



Hay un lugar en Madrid con un nombre un poco fuerte para mi gusto pero es muestra de lo que el ser humano puede hacer para transformar el dolor en arte: Matadero. 

Hace décadas era destinado al oficio de “beneficiar” reces –eufemismo mediante para las pobres reces-. En la actualidad es utilizado para mostrar y desarrollar diversas actividades culturales y artísticas.

Durante el mes de agosto de este 2018 -cuando el calor del verano está a tope-, proyectan allí estrenos de cine indie al aire libre, bajo el cielo abierto. 

Los que no están familiarizados con el concepto de indie puede que se lleven una sorpresa no muy agradable para su paladar edulcorado por el cine comercial y la televisión basura. Se trata de historias diversas que se caracterizan por la particular forma de ser contadas, con un aire a realismo y cotidianidad.

La primera película de la serie proviene de Bélgica, es una comedia dramática de 2017, producida por Jean Libon e Yves Hinant, titulada So Help Me God. Es el primer largometraje de esta pareja de realizadores que traen el aval de realizar una exitosa serie de televisión cuyos seguidores consideran de culto, llamada StripTease

La cinta muestra a una excéntrica juez belga, Anne Gruwex, desempeñando su oficio de impartir justicia entre el desparpajo y la ironía, algunas veces bordando la ilegalidad. 

Para un descendiente de portugueses como yo, criado con la pasión, el dolor y la nostalgia del fado, ver una película como ésta significa un ejercicio de reubicación de puntos de referencia. Voy a intentar explicarme.



Ante el escritorio de la juez Gruwex vemos pasar varias personas junto a su abogado correspondiente para escuchar la sentencia de su caso. Violencia doméstica, agresiones sexuales, demandas laborales, robos, y hasta la reapertura de una investigación de asesinato son los expedientes que pasan por las manos de esta especie de Rey Salomón moderna. 

Con una sonrisa en el rostro llega a amenazar a uno de los comparecientes a su despacho de utilizar la fuerza si se niega a otorgar una muestra de su ADN. Escucha con curiosidad las diversas técnicas de una trabajadora sexual con sus clientes -que incluye el uso de cintas y agujas para provocar excitación, y hasta masaje prostático-, concluyendo que le parece “una chica muy sana”. Juega con su autoridad para saltarse el tráfico de la ciudad utilizando la sirena de funcionaria de justicia y asiste a la exhumación de un cadáver con una llamativa sombrilla rozada.

En resumen, todo lo que nuestro ego cataloga de atemorizante o trágico es presentado en So Help Me God como trivial e intrascendente. El humor se logra sin efectos forzados ni chanzas, como cuando nos reímos de alguien que sufre una caída estrepitosa.

Los que buscan la narración de una historia con el tradicional inicio-nudo-desenlace se pueden sentir confundidos al observar la sucesión de casos tratados por la jueza. Puede ser que la reapertura de la investigación de un asesinato que se va desarrollando durante toda la película calme un poco su sed de “vine al cine, quiero que me cuenten una historia”. 

En realidad la película funciona como aquellas listas literarias que tanto gustaban a Umberto Eco. Una especie de muestrario de una colección particular de objetos curiosos que terminan funcionando como las piedras que mueve un río en su cauce: puliendo las aristas de nuestros miedos y tabúes. 

Salí de la proyección con la sensación de que el mundo no necesita ser salvado, que todo es perfecto tal cual es, hasta en su dimensión más bizarra. 

Ver una película indie en un espacio utilizado antaño para sacrificar reces, es como la cerveza que se toma la juez mientras observa las fotos de una escena de crimen: un “me vale madre” necesario para que la realidad no nos termine ahogando y poder incluso llegar a disfrutarla.