miércoles, 24 de diciembre de 2014

Elsa & Fred: una invitación a La Dolce Vita



Por @Joaquin_Pereira

Cuando llegan las “fiestas” decembrinas y la gente parece que entra en trance haciendo competencia de a quién le va peor, una buena estrategia es escabullirse a una sala de cine… aunque la experiencia pueda ser una ruleta rusa. 
Después de soportar los comentarios de taxistas sobre lo mal que será el año próximo, toparme con una antigua vecina que alardea de lo enfermo que está el corazón de su esposo, y pensar en soportar a mis cuñados en las cenas del 24 y 31, decidí huir a una de mis aficiones favoritas aparte de leer: ver historias en la gran pantalla.
Como les digo, hay veces que escoger una película es como ponerse un arma en la sien y esperar que no te toque una bala, has agotado toda la cartelera y te topas con una cinta de la cual no sabes absolutamente nada y ni siquiera hay un afiche para más o menos guiarte. Eso me pasó con Elsa & Fred – remake gringo de una cinta argentina del 2005. Lo primero que se me ocurrió es que se tratara de una comedia sobre dos gordos que se enamoran. 
Decidí arriesgarme, al menos tendría una excusa para tener el celular apagado a familiares con crisis navideñas y por dos horas no me toparía con algún conocido que quisiera hacer terapia gratis contándome sus penurias. 
Cuando la muchacha que atiende en la taquilla me dice que la entrada cuesta 350 bolívares es cuando caigo en cuenta de que la proyección sería en la sala VIP: que de exclusivo pareciera ser sólo los asientos reciclables y un mayor volumen en el aire acondicionado.
Los pocos espectadores nos saludamos al entrar como si dijéramos “¿también estás huyendo cierto? Vamos, la peli no puede ser tan mala”. Y comienza la proyección sin media hora de comerciales como en las otras salas: ya sé porque se llama VIP. 
En los primeros minutos me doy cuenta que los actores principales son Shirley MacLaine y Christopher Plummer, con lo que pierdo un poco el temor de verme atrapado ante una comedia gringa a lo Locademia de Policía.
Sin querer hacer spoiler les adelanto que uno de los leitmotiv de la historia es una escena de la película La Dolce Vita, esa en la que una desquiciada actriz rubia platinada se pierde por las calles de Roma, toma un gato blanco de la calle y se lanza a la Fontana de Trevi.
En resumen le puedo confesar que la cinta me gustó. No tengo la edad de los protagonistas así que no lloré ni entré en crisis existencial pero sí tomé buena nota de lo que me espera en 30 años: “ponte las pilas carajito o tu vida será una mierda si no vives ahora intensamente”. 
Al salir del cine recordé que tenía en casa un DVD con el filme de Fellini. Sí, lo confieso para el gozo de los troles cinéfilos: no había visto La Dolce Vita. Así que me dispuse a subsanar ese vacío intelectual.
La primera angustia que me generó la película es darme cuenta de que fue hecha en 1960: ¿cómo pude haber nacido en una época donde todo lo maravilloso ya se hizo?, ¿será que estoy condenado a ser sólo espectador o creador de remakes?
Nada. La Dolce Vita es brutal: el vértigo que te genera lo trepidante de las escenas debe asemejarse a un viaje con LSD. El personaje interpretado por Marcello Mastroianni, que se llama también Marcello, es como el hilo de Ariadna en una trama laberíntica.
Fue inevitable sentir empatía con el protagonista: un periodista que aspira ser escritor en medio de una sociedad decadente de seres tan pobres que lo único que tienen es dinero.
Al volver a encender el celular recibo la llamada de una hermana cuadrando las cenas navideñas. El costo de los pasajes hizo que no pudiera huir del país por estas fechas así que me toca calarme unas horas a mis cuñaditos. Tendré que hacer como Fred, dar un paso a la vez para conectarme con la vida.
Luego de la tortura saldré corriendo a casa a ver la versión original de Elsa & Fred a ver si vuelvo a comprobar que el cine latinoamericano es mejor que el gringo.

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