martes, 28 de enero de 2014

Gravity, o cómo reconciliarse con la vida




El sueño de todo cineasta es filmar una película basada en un gran y único plano secuencia, esa gran toma sin cortes que hizo célebre Orson Welles, y el mexicano Alfonso Cuarón lo hizo realidad con su cinta Gravity

Pero todo sueño tiene sus enemigos que atentan contra su realización, y en el caso del plano secuencia los principales son lo complejo de la locación y el ruido que genera las personas o seres que habitan ese espacio. 

Cuarón inteligentemente se vuela de un plumazo ambos problemas al situar su historia en el espacio exterior: ¡listo!, te sacas 7 mil millones de personas del encuadre – con todas sus historias individuales – y las colocas como telón de fondo, mirando al planeta desde lejos, uniendo a la humanidad en una historia común: la vida.

Los amantes de las películas de acción disfrutarán del estallido de los satélites y estaciones espaciales, pero éste no es el tema central de la película. El núcleo central de la historia es cómo un ser humano supera la pérdida de un ser querido y se reconcilia con la vida. Paradójicamente el eslogan de Gravity es “No te sueltes”,  porque presenta la disyuntiva de no querer soltar el amor por alguien que ha fallecido sin cortar los lazos que nos mantiene con vida.

Para los que no han visto todavía esta película les recomiendo dejar en este punto el texto y retomarlo cuando la vean para que no adelantar algunas escenas claves. 

Y es que hay muchas memorables en Gravity: mi favorita, cuando la doctora Ryan Stone (Sandra Bullock) logra sacarse por primera vez el traje espacial mientras se forma una especie de útero con la nave presentando a la protagonista con un feto que se mantiene vivo gracias a ese complejo nicho electrónico.

Otra escena, la última, me recuerda el final de la cinta The Passion of the Christ, de Mel Gibson: cuando el protagonista se levanta y de forma heroica comienza a caminar. Previamente una pequeña rana se convierte en la metáfora del largo y peligroso camino que ha tenido la evolución de la vida en la tierra.

En Gravity todo tiene significado. No es gratuito que la protagonista parta de un transbordador norteamericano -donde veremos flotar un marcianito de looney tunes-, pase a una estación rusa - donde encontrará la estampita de un santo-, y de allí a una nave china – donde veremos un pequeño buda-. Pareciera que el director dejara un mensaje oculto para el ojo avisado: nos dice “despierta, así como tenemos idiomas diferentes, tenemos también maneras diferentes de expresar nuestra Fe, pero en el fondo el mensaje es el mismo”.

Cuando ves una película y al final lo primero que dices es “quiero volver a verla”, el director logró su cometido porque no sólo te atrapó por 91 minutos – lo que dura Gravity- sino que lo hizo por el resto de tu vida, pues su historia ya forma parte de la tuya.

En un mundo cada vez más lleno de gente y más vacío de humanidad, vamos perdiendo la esperanza y la confianza en el género humano. Y viene Cuarón y te estalla en la cara Gravity, como una cachetada a tiempo que te dice “despierta, la vida puede ser una mierda pero vale la pena vivirse: levántate y disfruta del resto del viaje”. Gracias Cuarón.

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