miércoles, 14 de octubre de 2015

White God: ¿Y ahora qué hago con este amor?




No hay frase más terrible que pueda escuchar alguien que ha perdido un amor que “Sigue tu camino”. Sea por muerte, extravío o separación el duelo por el amor que se fue es una isla emocional en las que pocos saben vivir y desean huir de ella rápidamente. Pareciera que ser adulto es olvidarse de los duelos y… seguir tu camino.
¿Y ahora qué hago con este amor?, fue la pregunta que me hice luego de ver la película húngara del 2014 Fehér isten -White God- dirigida por Kornél Mundruczó. La cinta por cierto ganó el premio Un certain regard en el Festival de Cannes 2014 y además los perros en la película fueron también galardonados con el Premio de Palm Dog.
En la historia una niña es obligada a separarse de su perro y éste termina liderando una rebelión de sus congéneres en contra del género humano. Cada uno de esos perros simboliza para mí un amor olvidado que viene por nosotros para sacar cuentas y saber qué tan sincero y profundo fue nuestro sentimiento hacia él.
Sólo los que han perdido una mascota y la buscan pegando carteles por la calle puede entender la desesperación que se siente no sólo por no encontrarla sino al ver que el mundo “sigue su camino” mientras nuestro corazón se quedó paralizado el día y la hora de la perdida de nuestro amor. Los días pasan y se acumulan y nosotros sólo pensamos en una fecha: el día en que nuestro amor se fue.
Vendrán los que te digan que te busques a otro o que simplemente lo olvides, pero no, los que amamos de verdad sabemos que eso no es posible. Ya entiendo porque los adultos terminan sus días frustrados, porque por cada sueño y por cada amor perdido tiraron la toalla, se dieron por vencidos y siguieron su camino.
No tengo una respuesta clara para sanar las heridas por los amores perdidos pero si sé que ocultarlas y pensar que el tiempo las sanará no funciona. Un buen día vendrán todas a revelarse y pedirte explicaciones de por qué no seguiste insistiendo, por qué decidiste ser adulto y olvidar.
Podría hablarles de la verosimilitud en la historia, de cómo se explica que un perro empuje a toda una manada a lo Planeta de los simios a atacar a los humanos, o cómo la niña sabe de repente que todo el caos que ocurre es por su perro y que éste la busca. No, este post no está dedicado al análisis literario o cinematográfico de la cinta; es más bien una excusa para hablar de lo que nos hace sentir verla.
Sólo dos detalles me generan curiosidad: uno es el título de la película, no sé por qué llamarla Dios Blanco cuando el perro protagonista no es blanco y Dios no es un personaje en la historia. Otro es el tema que toca la niña en la trompeta para apaciguar a su mascota, creo que es el mismo que escoge la protagonista de la película francesa La familia Bélier.  Me queda por tarea averiguar el simbolismo  que tiene esta canción para que ambos directores la usen como clave trascendente en sus historias.
Por lo pronto les digo que no “sigan su camino”, dejen para mañana el ser adultos: pongan nuevos carteles para buscar a sus mascotas perdidas, impriman fotos de sus muertos y colóquenlas en un rincón bonito de su casa y sobre todo llamen a los amores que se alejaron para intentar volver a conversar. Reconcíliense con sus amores perdidos para que estos no se les acumulen en el alma y un día no los dejen respirar.