martes, 4 de abril de 2017

No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas: Amén



@Joaquin_Pereira


Si siempre podemos sortear los problemas que se nos presentan nunca nos moveríamos de nuestra zona de confort. Por esa razón el destino nos depara situaciones en las que todo parece colapsar para que la única posibilidad que nos quede sea movernos y cambiar. Eso me lo recordó una comedia española que vi recientemente: No culpes al karma de lo que te pasa por gilipollas (2016), de la directora Maria Ripoll.

Erróneamente percibimos el karma como una energía negativa que nos afecta desde el entorno cuando en realidad es el resultado de nuestros actos. Cuando entendemos esto recuperamos nuestro poder, ponemos un punto final al capítulo anterior de nuestra vida y abrimos uno nuevo con mayor conciencia.

Cada persona se levanta con una historia que se activa en nuestra mente, como una especie de disco rayado. Si el cuento que nos repetimos nos hace avanzar hacia nuestros objetivos y no hacemos daño a nuestro entorno es positivo, pero si se trata de una pesadilla que requiere de enemigos para cumplirse lo mejor es descartarla cuanto antes; como cuando una aplicación en nuestro celular ya no nos sirve y nos quita energía y espacio.

Cuántas veces nos aferramos a un trabajo o a una pareja que ya nos inspiran por temor a quedarnos sin ingresos o solos. Terminamos apagando nuestra esencia y olvidamos que venimos al mundo para cumplir un propósito. Si confiáramos en la vida veríamos el fin de un empleo como la oportunidad de desarrollar una tarea de manera autónoma o la ruptura amorosa como la oportunidad de disfrutar de nuestra individualidad sin temor a la censura del ser amado.

Como ocurre en la película creo que la vida nos envía señales del camino que debemos seguir tanto en el ámbito profesional como en el sentimental. Debemos escuchar la voz de la intuición y seguir a nuestro corazón cuando sentimos que se emociona. Callemos la voz de nuestro ego que observa al mundo como un lugar amenazante y comencemos a correr pequeños riesgos: aceptemos participar en un proyecto que se nos ofrece aunque eso signifique a la larga dejar atrás años de carrera; invitemos a un café a esa persona que nos atrae aunque eso signifique soltar el control y mostrar nuestra vulnerabilidad.

Si seguimos haciendo lo mismo de siempre obtendremos los mismos resultados. La vida es cambio y aceptarlo permite montarnos en la ola en vez de ser revolcados. Como en la película, no culpemos a las circunstancias externas de lo que nos ocurre por obstinados.