martes, 10 de octubre de 2017

It: No eres pieza de ningún rompecabezas




Por @Joaquin_Pereira

Ser joven, delgado, guapo –pero con un toque salvaje, según lo que marca la moda-, tener carro, apartamento, cuenta en dólares, dos carreras, por lo menos un master, hablar 5 idiomas, tener pareja, dos hijos, ser simpático –incluye saber encender la parrilla de los domingos-, tener un rosario de premios, estar presente en todas las redes sociales con varios megas de seguidores, siempre vestir bien y con colonia –no pachulí y menos a sudor u olor corporal natural, ¿natural, qué es eso?-, ser bueno en la cama, no ser posesivo ni celoso, saber escuchar pero no ser pendejo,  estar al día con las noticias, la política, la economía y los deportes, pertenecer a un grupo religioso –y odiar automáticamente a los otros grupos, en el nombre de nuestro Dios-, cumplir con la fiesta del día –estar enamorado el 14 de febrero y no querer ahorcar a tu madre el segundo domingo de mayo-, decir buenos días a tu vecino cada día y no escribir en mayúsculas en Whatsapp… En resumen: si no eres perfecto eres una mierda y debes ser execrado de inmediato en las alcantarillas de la sociedad.

Como pueden comenzar a intuir luego de leer la anterior lista, es una absoluta locura pretender encajar en la sociedad como si fuéramos la pieza perdida de un rompecabezas, que por cierto te van cambiando continuamente. Esto genera un estado de ansiedad tal que sólo es medianamente soportable con ansiolíticos u otras drogas. 

Esto lo entendió muy bien el escritor estadounidense de best seller Stephen King, desde aquella primera novela que publicó en 1974 Carrie, inspirada en el bullying que se le hacía a una adolescente cuya primera menstruación ocurrió en las duchas del equipo de cheerleaders. Desde entonces King se ha hecho especialista en mostrarle a la sociedad su peor miedo, no encajar, ser un perdedor.

Este año se estrenó la versión cinematográfica del primer capítulo de su novela de 1986 It, en la que un grupo variado de adolescentes inadaptados unen fuerzas para bajar a las alcantarillas y luchar con sus mayores miedos. 

Desde el 2009 han pasado cientos de participantes por mi Taller de Escritura Creativa. Inician el curso sintiéndose piezas perdidas de un extraño rompecabezas y salen recuperando la sensación de que son seres completos y valiosos: colocar nuestra firma en una obra nos salva de horas interminables de terapia psicoanalítica y cientos de dólares en medicamentos o drogas distractoras. 

No hace falta llegar a las alcantarillas de la sociedad para entender que lo verdaderamente enfermo es querer encajar en una sociedad profundamente enferma. Dejemos de cuadrar lo puños como si el día a día fuera una batalla interminable. Los enemigos externos son un reflejo de nuestro machaque interno. Callemos al histérico ego, démosle las gracias por mantenernos alerta de los peligros pero no dejemos que asuma el control de nuestra vida. 

No venimos a ser la repetición de un patrón establecido: Venimos a ser la respuesta a una petición de auxilio que algún humano solicitó en sus oraciones. Somos la paz que alguien requería, somos la extravagancia que libera el aburrimiento, somos la carcajada en medio de la hipocresía, somos el amor que buscan los solitarios perdidos en sus castillos de cristal.

Sí, eso -It-, somos maravillosamente únicos e irrepetibles. No somos piezas de ningún rompecabezas.

It comes at night: Esos crujidos habituales


Por @Joaquin_Pereira

Llega de nuevo ese carro negro. Debo apurarme. Tomo un mecatillo y amarro el pomo de la puerta para evitar que ese hombre pueda entrar y le haga nuevamente daño a mi madre. Se acerca y me dice que quite eso de allí. Lo hago inmediatamente. Nuevamente he fallado en cuidar mi casa. Sólo tengo 7 años.

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Estoy acostado con fiebre en la cama de mi hermana. En la pared de tablas hay un agujero por donde veo salir una fila de hormigas. Me imagino que soy una de ellas y que puedo por fin escapar por esa abertura. Tengo 10 años.

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Subo las escaleras que parten del patio de secado de la ropa y llego al techo del edificio. Me siento y observo el atardecer. Uno de los tantos que me han acompañado en mi adolescencia. Y vuelve la misma pregunta insistente que me atormenta: ¿Cuándo podré irme de aquí? ¿Qué me depara el futuro? Tengo 19 años.

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El cuarto está helado. En las esquinas de las paredes la humedad ha provocado manchas verdosas. Estoy en la cama agotado por el viaje. Aunque me muero de frío no tengo fuerzas para levantarme y pedirles a mis primos alguna cobija. Sobre la peinadora veo algunas fotos del núcleo familiar. Momentos que no corresponden a mi vida. ¿Qué hago aquí? Tengo 37 años.

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Lo observo desde la ventana trasera. Guinda a un muñeco del patio con una cuerda alrededor del cuello. Debajo de él pone varios gatitos de juguete. Listo el set para su foto procede a hacer la toma. Sé que la casa lo ahoga pero nunca pensé que pensara en el suicidio como opción. No sé cómo ayudarle. Tengo 43 años.

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Al ver la película It Comes at Night (2017), escrita y dirigida por Trey Edward Shults, donde un núcleo familiar se resguarda dentro de su casa ante la amenaza de una especie de virus zombie, he recordado algunas de las casas donde he habitado a lo largo de mi vida. Incluyo unas pocas al inicio de este texto. Son escenas que conservo y que vuelven a mi mente insistentemente cuando pienso en esos techos que me cobijaron. 

Dentro de mí hay dos sentimientos contradictorios. Por un lado tengo la necesidad imperiosa de sentirme resguardado en un sitio al que llame hogar y por el otro requiero huir de unas paredes que a la larga llegan a asfixiarme.

Esos crujidos habituales. Esa sensación de que el tiempo no pasa. Termino por desear que ocurra una tragedia, un terremoto, una crisis política, una enfermedad terrible,… algo que me obligue a salir corriendo de un lugar cuya dinámica se repite día a día hasta el hartazgo.

En la película la llegada de un hombre trastoca la disciplina férrea que la familia ha tenido que adoptar para sobrevivir ante lo que se avizora como un apocalipsis planetario. En mi caso he deseado varias veces a lo largo de mi vida la llegada de alguna persona que me saque de una casa cuya rutina llega a ser torturante.

“Quedarse en casa enferma”, he escuchado varias veces decir a varias personas cuando se refieren a superar algún malestar físico. Invita a reanudar el trabajo o buscar alguna actividad que te saque de las cuatro paredes de tu hogar. Que te devuelva a la vida.

Pareciera que el ser humano fue creado para ser un viajero. Por alguna circunstancia tuvieron que resguardarse alguna vez en una cueva y a partir de allí inventaron el concepto de la casa. Aunque brinda una sensación de seguridad, algo dentro de nosotros nos presiona para seguir caminando, para seguir adelante. 

Somos ríos. Si nos quedamos mucho tiempo sin avanzar terminamos estancados y nos pudrimos. Es por eso que la costumbre de hacer una limpieza previa a la primavera o una quemada de objetos viejos en el verano nos aligera el ánimo. Es como si recordáramos que nuestro destino es caminar y que no debemos apegarnos a nada. 

Mientras el sitio donde descansamos de nuestra jornada diaria nos estimule y nos rete a crecer es sano permanecer allí. Pero cuando sentimos que hasta los crujidos de las paredes nos atormentan por su repetición cansina, ha llegado la hora de hacer maletas y buscar un nuevo lugar donde proyectar nuestra vida.

¿Recuerdas esos eventos que provocaron la mudanza de casa? Pudo ser irse a trabajar a otra ciudad o cuando tu pareja te “maleteó”. Toda tu vida entró en caos por un tiempo hasta que volviste a sentirte conectado nuevamente con la vida. Visto a la distancia estos eventos sirvieron para oxigenarte cuando comenzabas a sentirte asfixiado. Quizá el ahogo que sentimos algunas veces es la señal del cuerpo que nos indica que debemos hacer cambios radicales en nuestro entorno.

Aunque me gusta sentirme cómodo en el lugar al que llamo momentáneamente hogar he aprendido a conservar lista la mochila para salir fácilmente cuando las paredes comiencen a empequeñecerse mientras voy creciendo.

Somos caminantes. No nacimos para escondernos permanentemente en cuevas. Siempre hay un horizonte nuevo que alcanzar. En mi caso, la creación de un nuevo libro. 

Cronos: Nuestras obsesiones nos definen


Por @Joaquin_Pereira

Me imagino al director de cine Guillermo del Toro de niño jugando a las escondidas con sus amigos escabulléndose en una cueva para de repente toparse de frente con un murciélago, y quedar impactado de tal forma que no ha podido pensar en otra cosa cuando se plantea un nuevo reto creativo. No sé qué originó la obsesión de Guillermo del Toro por los vampiros pero ésta es evidente si observamos su trayectoria: 

En una entrevista que le hicieron leí que su fijación por los vampiros le llevó a estudiar su mitología y sus variantes en Japón, Filipinas, Malasia o Europa del Este.

Su opera prima en el cine fue la cinta Cronos (1993) en la que trabaja el mito sin mencionarlo y que es considerada una de las 100 mejores películas mexicanas. Esta historia se incluye en el Reto 7x7 de películas de terror por el que escribo este post.

Así mismo Del Toro ha publicado una serie de novelas sobre vampiros junto a Chuck Hogan tituladas Trilogía de la oscuridad y más recientemente hemos visto a sus monstruos chupasangre en la televisión en la serie The Strain.

Pareciera que los creadores y en especial los escritores hubiéramos firmado un contrato de alma antes de encarnar, en el que nos comprometimos a difundir un mensaje en particular. En el caso de Guillermo del Toro quizá su tema de alma puede ser la vida eterna o el poder de la sangre en transmitir la energía vital a lo largo del cuerpo. 

En mi caso particular desde muy joven me obsesionan dos temas, lo libros y los fenómenos extraordinarios. Por esta razón estudié periodismo y luego creé un particular taller de escritura creativa. En 2012 publiqué una investigación periodística titulada Mi primer OVNI donde muestro el caso de un objeto extraño que cayó en un pueblo llanero del interior de Venezuela. De esta manera conjugue en un proyecto mis dos obsesiones. 

Mientras la mayoría de las personas no miran más allá de su nariz o de su ombligo a mí me ha cautivado la bóveda celeste con su abrumadora cantidad de estrellas. Más de un tropezón me he llevado por tener la vista puesta en un más allá, descuidando lo que comúnmente le interesa al común la gente. 

Como no puedo estar dedicado a escrutar el cielo permanentemente he tenido que escoger un oficio que me permita seguir soñando en medio del mundo sin asfixiarme en él: la escritura. Desde el 2009 dicto talles en Caracas tanto presenciales como vía Internet. A partir del 2017 expando el proyecto con CasadeEscritor.ES, un portal dedicado a apoyar el oficio del escritor con una serie de ofertas de servicios, productos y talleres.

Sí, nuestras obsesiones nos definen, y si logramos transformarlas en oficio habremos encontrado el secreto de la felicidad, pues nos sentiremos libres y realizados todo el tiempo.  

¿Qué temas te obsesionan? ¿Podrías recordar el hecho que desató tal interés en tu infancia? ¿Los has dejado a un lado para encajar en la sociedad o les has dado rienda suelta en tus proyectos creativos?

30 Days of Night: Las ventajas del dolor


Por @Joaquin_Pereira

Prólogo

Aprovecho este post para aclarar a quienes entren por primera vez en este blog el concepto de los textos que voy insertando en él. Se trata de presentar aquello que se mueve en mi interior cuando veo alguna película. Así que para aquellos que buscan alguna crítica cinematográfica o algún dato sobre trayectoria de directores o actores los invito a visitar otros espacios que por lo demás abundan en Internet. Por lo demás si alguien quiere saber de una película lo mejor en definitiva es verla por lo que incluyo siempre el tráiler de ella al inicio de cada post. 

Aclarado esto vayamos a mi experiencia personal al ver la película 30 Days of Night (2007), del director David Slade.

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Los espectadores de vista corta no pasarán en 30 Days of Night de ver lo cool de una partida de vampiros que hacen una orgía gastronómica al rasparse a los habitantes de un pueblo de Alaska que tiene que vivir 30 días sin luz solar. Para ellos los invito luego de ver la película que vayan al baño a limpiarse las babas que deben estar botando de forma regular y luego váyanse a comer alguna hamburguesa, a hablar de lo mal que está la economía o a chismear sobre el vecino.

Para los pocos lectores que siguen leyendo este texto –los felicito-, les cuento que lo que más me llamó la atención de esta cinta es la relación de pareja entre los protagonistas. La historia comienza con ambos separados y por lo intenso del proceso de ir sobreviviendo a los vampiros tienden a reencontrar aquello que los unió alguna vez.

Cuantas veces nuestras relaciones se van deteriorando por la cotidianidad, sobre todo cuando se trata de las parejas que por lo general –no hablo de estas modernidades de tú en tu casa y yo en la mía que no termino de entender- se comparte cama, nevera y hasta vaso para los cepillos de dientes.

Es allí donde surgen personas que nos pueden atraer porque le inyectan novedad a una vida que pareciera repetirse hasta el hartazgo en nuestro día a día. Si no logramos destrabar las clavijas oxidadas de nuestra relación de pareja, la misma puede irse al traste.

Pero en ocasiones surge una crisis que pese a su aparente aspecto negativo nos salva pues permite que la pareja se reencuentre para superarla. Se trata de nuestro particular ataque vampírico: una enfermedad, un accidente, la pérdida de un familiar, un traspié económico.

Aquellos que basen sus relaciones en sólo el sexo o en los momentos felices sin contar que la vida está hecha de luces y de sombras están condenados a ir entrando y saliendo de parejas como quien se cambia de calcetines o peor aún como quien bota la colilla de un cigarro y enciende el próximo.

Cuando el amor es verdadero las etapas difíciles del camino deberán servir para unirse aún más porque no serán vistas como un sacrificio sino como una oportunidad de mostrarle a nuestra pareja lo que sentimos por ella. 

El dolor como los vampiros tiene carta blanca durante las noches oscuras del alma. Nos conmueve todos los aspectos de nuestra vida destruyendo lo que no tenga sustento sólido y dejando únicamente lo verdadero. 

La vida siempre nos está empujando a amar de forma genuina. Si una crisis personal socaba una relación es porque ella tenía que culminar para liberar el espacio para experiencias más luminosas. 

No le tengamos pues miedo a la oscuridad ni a los vampiros que puedan aparecer.  El amor será nuestro mejor crucifijo, ajo o estaca para defendernos. 

The Monster: lo que no te mata te fortalece


Por @Joaquin_Pereira

Cuando era niño en el colegio había una frase que repetíamos mucho cada vez que se nos caía un caramelo al suelo: lo que no te mata te fortalece. Lo tomábamos, le quitábamos el polvo y nos lo comíamos.

Al crecer olvidamos la simpleza como resolvíamos los problemas en la infancia y tendemos a regodearnos en el sufrimiento, preguntándonos por qué a nosotros.

En la película The Monster (2016), escrita y dirigida por Bryan Bertino, una niña tiene que lidiar con el alcoholismo de su madre. Cuando una vuelta del destino se le presenta un monstruo aterrador esta pequeña niña no duda en prenderle fuego a su agresor para al salir del bosque afirmar “ya no tengo miedo”. 

Con la perspectiva panorámica del tiempo uno podría entender que el hecho desagradable de tener que convivir con una madre conflictiva fue la forma que escogió el alma de esa niña para fortalecerse pues tendría que enfrentar retos mayores a lo largo de la vida.

Es común por ejemplo entre los miembros de la comunidad judía en bendecir todo lo que les ocurre, tanto lo bueno como lo aparentemente malo pues tienen la fe de que todo lo que les ocurre es voluntad de Dios y que a la larga significará para la evolución de su alma, aunque en el momento no sepan comprenderlo.

Preguntarnos para qué nos suceden las cosas en vez de por qué, nos saca del papel de víctima y nos reconduce a la salida el túnel oscuro por el que estemos atravesando.

Un ejemplo. Cuando era niño me costaba mucho contestarles a mis agresores, sean estos un compañero de clases abusivo o un cuñado nefasto. Literalmente me quedaba sin habla y temblaba cuando estaba bravo. 

La vida cada vez me puso pruebas más complejas para que trascendiera mis miedos. Finalmente llego a estudiar periodismo y termino confrontando hasta ministros del gobierno en ruedas de prensa sin titubear. Pero nunca hubiera podido hacerlo sin haber enfrentado a todos los monstruos que la vida puso en mi camino antes. 

Con la ventaja que trae el tiempo uno puede incluso agradecer a una persona que nos trató mal en vez de perdonarla pues al hacer inventario nos damos cuenta que ella nos impulsó a salir de nuestra zona de confort lo que a la larga nos significó un raudal de bendiciones.

En definitiva, si estás atravesando por una experiencia aparentemente negativa confía que la vida no te da más de lo que puedas soportar. Los pequeños retos que superemos nos permiten plantarles cara a los grandes monstruos que inevitablemente surjan en nuestro camino.  

Somos mucho más fuertes y capaces de lo que nos creemos. Basta con recordar ese caramelo que de niño se nos cayó al suelo: lo que no te mata te fortalece.

The Witch: Conjurando el bullying


Por @Joaquin_Pereira

Cuantas veces hemos escuchado sobre el bullying en las noticias o en conversaciones casuales y no terminamos de comprender cómo una persona que siempre ha sido tranquila y amable termina moliendo a golpes a quien lo acosaba. No entendemos lo que siente alguien hasta que lo vivimos en carne propia. 

La protagonista de la película The Witch (2015), del director Robert Eggers, es tildada continuamente de bruja por sus hermanos y su madre. Por más que intenta defenderse el ataque aumenta hasta que las fuerzas oscuras de sus agresores la desbordan y se convierte en la bruja que todos decían que era.

En una oportunidad sufrí acoso laboral o mobbing. Un jefe mediocre me hizo la vida imposible por razones políticas, en medio de la polarización que se ha instalado en Venezuela desde 1998 con la ascensión de Chávez y su maquinaria de destrucción. Recuerdo que fue tal el acoso que aun inscribiéndome en clases de baile para distraerme la presión psicológica me perseguía fuera del trabajo. Cuando me di cuenta que incluso bailando seguía sintiéndome terrible supe que mis barreras psicológicas habían colapsado y decidí renunciar al trabajo. 

Pensé que una situación así no me iba a ocurrir nunca más. Pero luego el bullying mutó. Ya no era en el ámbito profesional sino en la pareja. Cuando la inflación en Venezuela alcanzó cotas de terror, la persona con la que había compartido varios años entró en crisis proyectando su frustración en mí. Pasaba horas sin dirigirme la palabra. Por más alternativas positivas que iba sacando de mi bolsillo, no había caucho pichado o cajera de abasto malhumorada que no desatara los demonios de mi pareja y yo terminaba pagando los platos rotos. En esta oportunidad el poner distancia a la relación fue la forma como se conjuró el bullying.

Tanto en la situación laboral como en la de pareja manejé la situación corriendo la arruga, cediendo ante quien me agredía. La “bruja” que llevaba por dentro se negaba a despertar.

Hasta que llegó el Alzheimer de mi madre y vi mi lado oscuro desatarse como nunca. Entre mi hermana y yo hemos visto colapsar poco a poco la mente de nuestra progenitora, derivando en crisis de agresividad severos.

Basura, maldito, muérete… son palabras que escuchadas una vez nos parecen tontas, patéticas. Pero cuando las escuchamos horas seguidas, día tras día, semana tras semana, llega un momento que se nos olvida quién es el paciente y quién es el cuidador.
  
Esta vez no corrí la arruga. Le planté cara al agresor. Decidí que por muy enfermo que esté alguien no voy a permitir que me insulten. Mi mano terminó siendo la afectada tras los reiterados golpes que di sobre la mesa de la sala. Luego vino el té, el agua fría en la cara y la búsqueda de un espacio donde retomar mi centro.

Luego que hemos visto de lo que somos capaces cuando nos presionan a límites de tortura, nos liberamos del miedo a no poder controlarnos. Ya no somos el niño tímido del colegio, ni el empleado temeroso, ni la pareja complaciente,… tomamos el control de nuestra vida y sabemos del poder que tenemos incluso de hacer daño y la fuerza de la que disponemos ante una situación límite para parar a tiempo.

Si es cierta esa teoría de que el agresor externo no es más que un reflejo de cómo nos autoexigimos, comprendo que la forma de conjurar el monstruo no es colocando cercas eléctricas ni perros guardianes a nuestro alrededor. El conjuro es dejar de machacarnos a nosotros mismos sobre lo que debemos ser, lo que debemos hacer o lo que debemos tener. Liberar la presión interna hace que los agresores externos desaparezcan.

De ahora en adelante cuando reciba un insulto, una burla o  un acoso no voy a correr la arruga ni usar la resistencia como opción. Sacaré la bruja que llevo dentro y plantaré cara ante mi agresor para desde el amor, a mí mismo y a los demás, establecer claramente los límites de lo que permito sean mis relaciones. Cero tolerancia al bullying. 


The Autopsy of Jane Doe: enfrentando mi mayor miedo

Por @Joaquin_Pereira

Cientos y cientos de girasoles quemados se extienden ante mí en un tramo del Camino de Santiago como una aterradora presencia. Sí, sí, vuelta y vuelta con el camino, dirán, pero es que esa experiencia significó un curso intensivo en mi vida. 

No pude evitarlo, dejé la senda y me interné en el campo de girasoles, sólo troncos negros donde antes estuvieron flores amarillas me rodearon. No pude evitar llorar, por mis muertos, por aquel colega periodista que al salir de su jornada de trabajo lo mataron en Caracas para robarle el carro, por mi tía que por ir a salvar a su nieto se golpeó con una piedra en la cabeza y falleció, por mis mascotas que murieron en mis brazos…

La muerte, ese silencio definitivo y sin respuestas que te golpea y hace que ordenes tu vida haciéndola más ligera. Por años ha sido mi mayor miedo. 

Y viene el reto 7x7 de películas de terror, el día 3, con una cinta que me acorrala y me hace vivir casi dos horas en el lugar del que más intento huir, la morgue. Se trata de  The Autopsy of Jane Doe (2016), dirigida por André Øvredal. 


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Cuando estudiaba periodismo tuve la oportunidad de cubrir el puesto de un colega que trabajaba en la fuente de sucesos. En una semana pude ver el abanico de noticias que le tocaba cubrir: manifestaciones de calle, una joven abaleada cubierta con una sábana, un grupo de personas que buscan el cuerpo de un familiar en la morgue,…

La vida en su infinita sabiduría me ha confrontado con mis mayores miedos para trascenderlos. Como soy inteligente he podido sortear las pruebas del destino pero al final no me he podido escapar de ver de cerca a la conchuda de la guadaña, con sus tibias en cruz y su calavera eternamente sonriente.

Hace poco visité el refugio donde he podido guarecer a mis mascotas tras haber perdido el techo donde nacieron por esta tragedia llamada Venezuela que hace que la gente huya sin compadecerse de lo que deja atrás. Lo primero que hice fue contar a “los míos” y me faltaba uno. El nuevo empleado me dice que hace poco descubrió su cuerpo al final del espacio donde los tienen. 

Me acerco y veo sólo huesos, vertebras, dientes, una calavera. Esa no era mi amada mascota, esos huesos no son ella. Entiendo que abandonó el vehículo que usó en la tierra como quien se muda de ropa. Entiendo que sigue viva en otra dimensión, pero es inevitable sentir que la extraño, que no pude hacer más por ella.

Allí estaba la muerte mostrándome nuevamente su sonrisa burlesca diciéndome: Joaquín, despierta. La vida no está en el cuerpo. No eres tu cuerpo, eres mucho más. Trasciende tu miedo. Nada puede hacerte daño.

Y lo entiendo y por un momento me siento lleno de esperanza, como inflamado por unas ganas de vivir más intensamente. Luego retomo mi día a día y escucho a los demás, aquellos que no quieren hablar de la muerte preocupados por si tienen unos kilos de más, si el vecino los miró mal o si este año ganaron más o menos dinero que el año anterior. 

Sí, la muerte puede ser nuestra mejor amiga si dejamos que juegue a nuestro favor. Nos recuerda lo verdaderamente importante: lo que amamos y nuestra obra. No hay más. 

The Babadook: Cuidando nuestras espirales emocionales



Por @Joaquin_Pereira

Somos infinitamente poderosos, tanto para bien como para mal. Somos nuestro peor verdugo y nuestro mejor abogado defensor. Todo depende de la posición en la que decidamos ubicarnos cuando nos contamos a diario nuestra historia personal.

Lo que pensamos de nosotros mismos se proyecta en los demás y así es como nos perciben.

¿No has notado cómo tu día cambia de acuerdo a cómo lo iniciaste? Si estás esperanzado y motivado pareciera que todo fluye con facilidad. Pero si estás disgustado, triste o desganado todo se entorpece y complica. 

Esto le ocurre a la protagonista de la película australiana The Babadook (2014), dirigida por Jennifer Kent. La repentina muerte de su esposo la empuja a un estado de depresión que la va sumiendo en una espiral descendente de autodestrucción.  

Aquello que nos define puede hundirnos o elevarnos de acuerdo a si asumimos nuestro poder personal o dejamos de ejercerlo. Podemos ser tildados de locos o de creativos, de independientes o de soberbios, de tontos o de amables. La clave está en asumir las riendas de nuestra vida y estar conscientes de la energía que proyectamos en nuestras relaciones. 

La protagonista de Babadook cuando se deja caer en su espiral descendente llega a temer que su hijo sea juzgado por los otros por no poder controlar el decir siempre la verdad. Pero cuando retoma su poder personal entiende que éste es un aspecto valioso en la personalidad de su hijo: “Es igual que su padre”, recuerda y entonces lo defiende. 

¿Por qué nos juzgamos tan fuertemente a nosotros mismos? ¿Por qué les sedemos nuestro poder tan fácilmente a los demás? 

Llega un momento en que cercano al abismo debemos dar un paso atrás y retomar nuestra vida. Comencemos por ordenar nuestros espacios y cuidar nuestra imagen. Comencemos por reconocer lo que funciona y tenemos en vez de atormentarnos por lo que falla o falta en nosotros.

Encerremos a nuestros miedos en un rincón del sótano y mantengámolos a raya para que no canibalicen toda nuestra vida. 

Pareciera que al crecer dejamos de tener miedo a lo que se oculta bajo nuestra cama y no nos damos cuenta que seguimos creando nuevos monstruos.  

Somos infinitamente poderosos, tanto para bien como para mal. Somos nuestro peor verdugo y nuestro mejor abogado defensor.



martes, 19 de septiembre de 2017

Wake in fright: ¿Atorado en Tiboonda-zuela?


Por @Joaquin_Pereira

Se suponía que en este momento debería estar iniciando el Máster de Narrativa  en la Escuela de Escritores de Madrid. Ya tenía todo cuadrado: inscripción, maleta hecha, pasaje confirmado… Sólo me quedó pendiente un detalle: una fuente de ingreso consolidada para mantenerme en la capital española.

Me sentí como en la película australiana Wake in fright (1971), del director Ted Kotcheff y protagonizada por Gary Bond; tratando de huir de un pueblo infernal y cayendo de vuelta al centro del mismo.

El protagonista de la película quiere escapar de Tiboonda, yo quiero escapar de Tiboonda-zuela. “Uno no quiere permanecer en el mismo lugar cuando es más inteligente que los otros”, le dice el policía Jock Crawford al protagonista John Grant. “Depende del lugar”, le contesta éste.

Haber estudiado en la Universidad Simón Bolívar –la universidad de la excelencia- ha marcado definitivamente mi vida: no tolero vivir en un país condenado a la miseria por un régimen totalitario dirigido por delincuentes. 

Amo a Venezuela. A ella le debo mucho de lo que soy. En 2009 tuve el placer recorrer gran parte de su territorio en una expedición fotográfica; definitivamente su geografía y su gente es maravillosa. Pero no soporto más estar encerrado a toda hora en mi cuarto por temor a la delincuencia y por el acoso de la inflación. 

Los personajes de Wake in fright se sumergen en el consumo de la cerveza para soportar el sopor de malvivir en su terruño. En mi caso no he caído en el alcoholismo pero he tenido que recurrir al cigarro para apaciguar la angustia de sentirme atorado. 

Lo más sencillo en el infierno es caer en la desesperanza y cometer errores que te hundan más en él. Ese guion los venezolanos ya lo tienen asegurado, allí en la sala de su casa la espiral descendente se ha instalado. 

¿Y qué hace alguien que ve el abismo desde el borde del precipicio? ¿Saltar? No. Extiende sus brazos, cierra los ojos a su entorno, se visualiza con alas y echa a volar. 

Así me encuentro ahora: solicité a la Escuela de Escritores de Madrid un plazo mientras me establezco en España para iniciar el Máster de Narrativa. Mientras tanto estoy trabajando en la expansión de mi taller de escritura para transformarlo en una empresa internacional de apoyo a escritores: CasadeEscritor.ES

La desesperanza en Venezuela no me va a llevar a “matar canguros” como en la película. Prefiero echar a mano de la “poesía” que muestra en una escena el protagonista cuando recita “El resplandor de la luna es como la nieve en el desierto, el polvo es su rostro”.

¿Atorado en Tiboonda-zuela? No, definitivamente no. Estoy ganando musculatura para alzar pronto el vuelo y llevar allí a donde vaya a Venezuela en la maleta. 

En Madrid, Barcelona, Nueva York o Lisboa, o donde quiera que establezca mi nuevo nido, fijaré la bandera de Venezuela y recitaré mis versos para llamar a mi vera a quiénes hacen que mi vida sea grande, brillante y valiosa: mis amores. ¡Y olé!

miércoles, 13 de septiembre de 2017

The Lovers: La misma película en diferente sala


Por @Joaquin_Pereira

Cada vez que nos levantamos nuestro cerebro activa sus aplicaciones tal cual como hace nuestros teléfonos inteligentes. Hay quienes tienen instalado una que podríamos llamar “infierno en casa, paraíso en la calle”.

Esto les sucede a los protagonistas de la película The Lovers (2017), del director Azazel Jacobs: Ambos miembros de una pareja de mediana edad tienen amantes y cuando deciden poner fin a su relación vuelven a enamorarse. Cuando los esposos que no se soportaban se separaron pudieron encajar luego como amantes. 

Los seres humanos buscamos resolver fuera de nosotros mismos nuestros conflictos sin darnos cuenta que estamos continuamente proyectando nuestra realidad basada en un “fotograma” que llevamos en nuestro inconsciente. Puedes tener todo a tu alcance para ser feliz pero si tienes activada la aplicación de la insatisfacción vivirás continuamente malhumorado. 

Esto no sólo ocurre en el ámbito de las parejas. Conozco un familiar que tiene activada la aplicación “en mi trabajo siempre tengo compañeros conspirando en mi contra”. Cada vez que cambia de trabajo se lleva su fotograma interno consigo y vuelve a repetir el patrón, sus nuevos compañeros conspiran contra él.

Otro caso es el de la emigración. Situación que tantos venezolanos estamos viviendo con el establecimiento de una dictadura hambreadora en Venezuela. Aquellos que sanan de alguna forma su emocionalidad con el país, hacen un trabajo de perdón y se llevan los buenos recuerdos vividos les va bien en el nuevo país de destino. Aquellos que salen huyendo amargados y hablando pestes de la circunstancia venezolana se la encuentran allá donde van. Nuevamente, somos proyectores reproduciendo una misma película. 

Así sea mudarse a un nuevo país, conseguir un nuevo empleo o tener una nueva relación, todos debiéramos ponerle un velo a nuestras creencias limitantes para no seguir reproduciéndolas. Como en la pintura del artista René Magritte titulada también como la película que inspiró esta crónica, The Lovers (1928): debemos disfrutar del beso sin estar juzgando a nuestra pareja teniendo como referencia nuestra experiencia pasada.



Cada momento que vivimos es nuevo e irrepetible, cada circunstancia es neutra en esencia. Somos nosotros los que de forma inconscientes teñimos todo lo que vemos con nuestros paradigmas. Como esas proyecciones artísticas que tiñen las fachadas de edificios, así nosotros interpretamos la realidad según nuestras creencias.

Ya lo he dicho en otras crónicas, en varias ocasiones me han colocado como el salvador o el verdugo de las historias que se hacen algunos en sus mentes. No soy ni una cosa ni la otra, no quiero formar parte de pesadillas ni de sueños húmedos. No acepto que nadie proyecte su mierda sobre mí.    




Under the Skin: Iluminando el cuarto oscuro


Por @Joaquin_Pereira

Cuando visité por primera vez Madrid, me invitaron a un bar en el barrio de Chueca. Sí, ese, el de las banderas arcoíris y la tolerancia sexual. Cuando entré junto a un par de amigos el local estaba casi vacío. Había unos televisores que pasaban porno de forma continua. Pedí una cerveza y me senté en la barra. 

Me pareció curioso que los que iban llegando al local pasaban al fondo del mismo y desaparecían. Algo así como les ocurría a los personajes de la película de ciencia ficción protagonizada por Scarlett Johansson Under the Skin (2014), del director Jonathan Glazer.

De repente noto que un hombre no deja de dar vueltas, entra y sale del fondo del local con cara de loco, algo así como el ente que encarnó Johansson en la película. 

La curiosidad periodística privó y me fui al fondo del local. Todo estaba oscuro. Cuando mis pupilas se dilataron pude percibir una especie de cubículos que en primera instancia asocié con baños, pero no. Se trataba de espacios privados donde desconocidos tenían sexo.

Luego investigando por internet supe que los primeros cuartos oscuros destinados al público gay en bares surgieron en Estados Unidos en los años 60 del siglo pasado como parte de la revolución sexual de aquella década. 

Leyendo el libro El diario de JL (2005), de Álex Rei, me enteré de más detalles sobre los cuartos oscuros en locales nocturnos de Madrid y de otras ciudades de Europa.  En dicho libro cuenta con detalle sus incursiones en esos cubículos para tener sexo con desconocidos. Poco a poco fui conociendo la fauna del ambiente gay de la mano de Rei. Al final del libro el autor concluye que pasar de un cuerpo a otro buscando insaciablemente el amor lo hacía sentir cada vez más vacío. 




Parece que de hecho al entrar en alguno de esos cuartos oscuros nuestra alma cayera en una especie de limbo o universo paralelo, dejando nuestro cuerpo como una marioneta que es manoseada sin otro objetivo que la satisfacción momentánea del deseo sexual.

Musculosos. Delegados. Peludos. Tatuados. Gordos. Rudos. Delicados. Negros. Amarillos. Pelirrojos. Morenos. Rubios. Viejos. Niñatos… Vamos por la vida tirando a cuanto espécimen se nos pasa por delante como si de fumar se tratase. Y ya sabemos lo que pasa con el fumar, termina siendo una adicción que nos deja más vacíos luego de acabar con cada cigarro. 

Creo que los cuartos oscuros cumplen una función, son la válvula de escape de una sociedad híper castradora. En mi caso quiero iluminar mis cuartos oscuros internos; esos en donde me escondo del mundo para sentirme un poco más libre, donde escondo mis deseos.

Desde hace unos años en la particular disposición de mi carta astral me ha correspondido tener –o sufrir- la presencia del planeta Saturno, el de las sanas restricciones, en mi casa 7, el de la pareja. Después de este tránsito hijoeputa he aprendido que siendo minimalista en las relaciones éstas se disfrutan más. Al ser Géminis de signo ascendente, mi tendencia es a querer probar toda la variedad que me ofrece la vida, pero esto termina siendo una fantasía. El elegir a la persona que quieres amar llena en vez de vaciar, nutre en vez de desgastarte, te ilumina en vez de oscurecerte. 

¿De qué nos ocultamos en un cuarto oscuro? ¿De los demás, de los otros, de la sociedad? No. En un cuarto oscuro nos ocultamos de nosotros mismos, del terror de intimar realmente con otra persona. En un cuarto oscuro ocultamos el miedo que tenemos de pensar que si alguien nos conoce verdaderamente nos rechazará y nos terminará abandonando.

Cuando nos amamos verdaderamente, parando de autocriticarnos continuamente, podemos participar plenamente de una relación. Algunos nos rechazarán, sí. Algunos nos dejarán, sí. Eso no importa pues somos seres completos; no dependemos del biorritmo o del humor de los otros. 

En conclusión: A mí me gusta hacer el amor con la luz encendida. 

Embers: El olvido como último recurso


Por @Joaquin_Pereira

I will remember you.

“¿Dónde estoy? ¿Dónde está mi casa? ¿Cómo me llamo?  Estoy empapada bajo esta lluvia. Hace frío. ¿Manuel? ¿Orlando? ¿Por qué esos nombres? ¿Quiénes son?... Se acerca la policía, no he hecho nada malo, no lo recuerdo.” 

Mi tía terminó en una jefatura empapada tras salir a la calle y no recordar cómo volver a casa. Tenía por suerte su cédula y con el apellido lograron llamar a un familiar que la pudo buscar.

Recordé esta anécdota al ver la película Embers (2015), del director Claire Carré, quien se planteó una historia basada en una pregunta: ¿Cómo sería el mundo si todos perdiéramos la memoria al mismo tiempo?

Luego de ese episodio en el que mi tía se extravió al salir de casa, su estado fue haciéndose más agudo. La internaron en un centro de salud para atenderla. Siempre recuerdo querer irla a visitar pero mis compromisos laborales siempre lo impidieron. La próxima vez que la pude ver fue en su funeral. 

Recuerdo que a mi tía le aterrorizaban los funerales. En una ocasión cuando enterraban a una prima ella y yo éramos los que nos manteníamos más lejos del séquito y me lo comentó: “No puedo soportar esto. Desde mi casa veo el cementerio y como va creciendo. Es muy fuerte”.

La vida le puso una prueba muy grande. Perdió a dos de sus hijos en un periodo de tiempo muy cercano. No soy experto en Alzheimer pero creo que fue esta circunstancia la que hizo que se refugiara en el olvido para soportar de alguna manera el dolor.

Esta hipótesis, la del “olvido como último recurso”, se me repite con mi madre-biológica. El camino que transitó mi tía lo está ahora recorriendo ella. Entonces me pregunté, ¿cuándo comenzó esto? ¿Qué causó en ella la necesidad de olvidar? Y lo vi claro.

Creo que su pérdida de memoria inició el día en que enterramos a mi padre-biológico. Aunque ellos estaban separados desde hace muchos años estoy convencido que ella estaba aferrada fuertemente al recuerdo de su marido. Desde niño la veía cómo daba vueltas a su anillo de matrimonio y me preguntaba por qué seguía usándolo.

Luego de la muerte de mi padre-biológico el anillo desapareció de su dedo y con esto inició su refugio en el olvido. 

Los que han cuidado a un paciente con Alzheimer saben lo complejo y abrumante de la situación. Aparte de seguir con tu vida de la forma más productiva posible no puedes dejar de estar pendiente de tu familiar. 

Hace unos meses estábamos celebrando la graduación en la universidad de mi primer sobrino cuando nos avisan que mi madre-biológica se había desmayado y la habían trasladado a la clínica. Cuando la revisaron concluyeron que se había medicado de más. Seguramente se le había olvidado que había tomado sus pastillas del día y repitió la dosis varias veces. 

Desde entonces una hermana es la que se encarga de suministrarle los medicamentos tres veces al día.

Como lo planteado en la película Embers, vivir en un mundo sin recuerdos puede ser tentador cuando el dolor, la culpa o el rencor nos desbordan. Vivir en un continuo presente es lo que muchos gurúes venden en sus charlas, pero este estado de serenidad no debería significar borrar nuestra historia porque lo que somos está conformado por el camino que hemos recorrido.

¿Cómo digerir los golpes de la vida para no recurrir al olvido como último recurso?

martes, 12 de septiembre de 2017

10 Cloverfield Lane: En el bunker de nuestro ego

Por @Joaquin_Pereira

No entiendo muy bien por qué pero cuando encarnamos nos asocian un ente llamado ego que se dedica a alertarnos de todos los posibles peligros y enemigos que podemos encontrar en el mundo. Creo que de alguna forma lo requeríamos para sobrevivir en un ambiente tan agreste: dinosaurios, volcanes en erupción, meteoritos cayendo desde el cielo, líderes de otras manadas de humanos…  

Ya no vivimos en la época de las cavernas, ni siquiera en la Edad Media, se supone que como especie hemos generado un estado de bienestar que nos permite confiar más y dejar a un lado las defensas.  Pero nuestro ego no se confía y sigue atormentándonos con todo aquello que puede salir mal. 

De alguna forma nuestro ego se parece al personaje interpretado por el actor John Goodman en la película 10 Cloverfield Lane (2016), del director Dan Trachtenberg y escrita por Josh Campbell, Matthew Stuecken y Damien Chazelle.

Todos quisiéramos tener un bunker –isla, apartamento, empresa- que nos aísle del mundo y nos proteja de todo lo malo que existe “allá afuera”.

El ego no es estúpido, sus estridentes alarmas no responden únicamente a prejuicios exagerados. El ego hila fino y busca intrincados razonamientos para justificar sus mecanismos de defensa. 

El ego es como esos preppers norteamericanos –brigadas de preparación del apocalipsis- que hacen un inventario de los requerimientos para sostenernos en situaciones críticas por efectos devastadores de la naturaleza o del accionar humano –contaminación, guerra,…

En Un Curso de Milagros, ese libro canalizado por una psicóloga norteamericana en la década de los 70, se nos dice que debemos desechar la idea de que existe algún enemigo fuera de nosotros. Nos invita a darnos cuenta que todos somos uno y que vamos encaminados a perdonar todos los errores cometidos para regresar a nuestro origen, la fuente desde donde todo fue creado.

No digo que luego de entender esto salgamos por Caracas a las 10 de la noche a trotar sin el temor que nos secuestren y descuarticen. El sentido común debemos seguir ejerciéndolo. Sólo digo que hay que ver cada situación y persona de forma neutral sin adherirle a priori todas las etiquetas que nuestro ego ha venido acumulando para señalarnos de posibles inconvenientes.

Vuelvo a decirlo de otra forma: no abogo por ir repitiendo afirmaciones positivas como loros pensando que de forma mágica nuestra realidad va a cambiar. Lo que sugiero es dejar de repetirnos esa historia nefasta que nos decimos a diario y que se nos activa como una aplicación de celular que nos consume memoria en exceso.

Lo dijo claramente, no soporto que nadie me incluya ni en sus pesadillas ni en sus sueños húmedos. Soy una persona que busca mejorar continuamente y que no permite que se le coloquen etiquetas. Con mi ego tengo ya para machacarme como para defenderme de los egos de los demás.

No quiero vivir en un bunker. No quiero tener enemigos. Si eso hace que cometa errores y tenga alguna que otra caída en el camino lo prefiero a no vivir. 

La vida siempre es mucho más interesante que nuestros miedos.

lunes, 11 de septiembre de 2017

What happened to Monday?: La rebelión de lo que somos




Por @Joaquin_Pereira

Debe ser que debo tener algún grado en el espectro autista pero no me cabe en la cabeza cómo las personas van cambiando de máscaras de acuerdo a la situación que tiene enfrente. Yo en cambio tengo una sola cara y a tirar con ella en todos lados. 

La mayoría de las personas para encajar en la sociedad cambia su personalidad de acuerdo a quién tiene enfrente: actúa de una manera frente a su pareja, de otra forma con sus hijos, una más en su trabajo y diferente con sus amigos. 

Cuando finalmente se encuentran a solas -que para la mayoría es bajo la ducha o cuando caen agotados sobre su almohada- ya no saben quiénes son y entran en estado de angustia o pánico.

Les pasa de alguna forma como a las siete protagonistas de la película What happened to Monday? (2017), historia sobre una sociedad distópica escrita por Max Botkin y Kerry Williamson, y dirigida por Tommy Wirkola, con un casting de actores de lujo con los estupendos Noomi Rapace, Glenn Close, y Willem Dafoe.

En la cinta liberada por Netflix en agosto de 2017, siete hermanas tienen que compartir un mismo personaje para poder vivir en una sociedad que prohibía tener más de un solo hijo por pareja. Finalmente sus individualidades se revelan por mostrar su propio rostro al mundo.

Eso nos pasa a nosotros en las diversas crisis vitales que atravesamos. Es típico cuando las personas atraviesan la llamada crisis de los cuarenta o del “demonio del mediodía”. Ese momento de la vida en que nuestra verdadera personalidad se rebela y nos dice “WTF… ¿qué co… hemos hecho con nuestra vida?”.

Al intentar encajar en una pareja nos ocurre que nos abandonan. Al intentar conservar un empleo nos despiden. Al querer ser siempre exitosos nos pasa un bochorno incluso viral en esta época de redes sociales. ¿Por qué nos pasa eso?

Lo que ocurre es que la vida en su infinita sabiduría nos va tumbando las máscaras que usamos ante la sociedad para que nos demos cuenta que no necesitamos de ninguna de ellas para ser amados. Somos amor, son personas completas.

La paradoja está en que siendo más uno mismo los demás nos aprecian más, porque de alguna manera les recordamos que también ellas pueden ser auténticas.

¿Eres la misma persona todos los días de la semana? ¿El domingo entras en pánico y deseas que llegue pronto el lunes porque te aterroriza estar a solas contigo mismo? ¿Cuántas máscaras usas?

domingo, 10 de septiembre de 2017

Moon: Rescatando nuestra originalidad


@Joaquin_Pereira

Hace unos días estuve en un club invitado por unos familiares. Lo típico: piscina, tenis, ping pong, bingo, bailoterapia, cervezas, pescado frito… En un momento en el que estaba relajándome en la piscina me sentí de repente angustiado, como si formara parte de una obra de teatro que alguien armó hace años y en la que sólo soy el clon de un personaje que se repite al infinito.

Cuando venimos al mundo no nos preguntan que quisiéramos hacer, cómo quisiéramos hacerlo, cuál es el mensaje o misión que traemos en esta encarnación. Nos ponen un nombre, unos apellidos, y nos encausan a formar parte de un sistema que si detenemos la marcha desbocada de la vida nos daremos cuenta que está profundamente enfermo. 

Semanas atrás me di cuenta de lo mismo cuando estuve realizando una investigación en la hemeroteca nacional. Buscando una nota de prensa en varios periódicos de 1983 me sumergí en el acontecer mundial de aquella época: tragedias, asesinatos, robos, elecciones, guerra sucia entre políticos, carteleras de cine con los actores jóvenes del momento,… Lo mismo que podría encontrar en cualquier periódico actual. 

Pareciera que la vida termina siendo un juego de distracción masiva que engulle a cada humano que nace y lo hace recorrer los mismos caminos trillados. 

Esto termina concluyendo Sam Bell, el protagonista de la película Moon (2009), la opera prima del director Duncan Jones. Se cree que el primer terrícola encargado de llevar a cabo trabajos de excavación en la Luna, hasta que por accidente se da cuenta que es sólo uno más de un centenar de clones que han ocupado su puesto con anterioridad.

Como Sam quisiera reclamar mi independencia y mostrar que soy un ser original que merece cuestionar la realidad y decidir su particular forma de expresarse en el mundo.

¿Por qué debo formar una pareja para toda la vida? ¿Por qué debo aprender a manejar un carro? ¿Por qué debo jubilarme a determinada edad? ¿Por qué debo creer en determinado Dios? ¿Por qué debo odiar a tales tipos de personas? 

Luego de ver Moon he iniciado un proceso profundo de cuestionamiento personal haciendo un inventario de las actitudes que asumo como normales y que ejerzo aparentemente con libertad y que más bien son la repetición de un guion social que sigo como un autómata. 

De repente me he despertado y siento que ya no encajo en el sistema. Se siente como una especie de vértigo, pero poco a poco, superado el miedo, termina siendo un renacimiento. Vuelvo a hacerme preguntas: ¿Qué quiero hacer realmente antes de morir? ¿Cómo quiero que sean mis relaciones? ¿Estoy ejerciendo todo mi potencial? ¿Qué creencias me están limitando y puedo dejar a un lado? 

No soy el clon de un personaje diseñado para consumir diversión prefabricada y mantenerme dormido. Soy un creador que vino al mundo a agitar conciencias. Sí, soy el escritor de mi propia vida. He dicho.