martes, 10 de octubre de 2017

30 Days of Night: Las ventajas del dolor


Por @Joaquin_Pereira

Prólogo

Aprovecho este post para aclarar a quienes entren por primera vez en este blog el concepto de los textos que voy insertando en él. Se trata de presentar aquello que se mueve en mi interior cuando veo alguna película. Así que para aquellos que buscan alguna crítica cinematográfica o algún dato sobre trayectoria de directores o actores los invito a visitar otros espacios que por lo demás abundan en Internet. Por lo demás si alguien quiere saber de una película lo mejor en definitiva es verla por lo que incluyo siempre el tráiler de ella al inicio de cada post. 

Aclarado esto vayamos a mi experiencia personal al ver la película 30 Days of Night (2007), del director David Slade.

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Los espectadores de vista corta no pasarán en 30 Days of Night de ver lo cool de una partida de vampiros que hacen una orgía gastronómica al rasparse a los habitantes de un pueblo de Alaska que tiene que vivir 30 días sin luz solar. Para ellos los invito luego de ver la película que vayan al baño a limpiarse las babas que deben estar botando de forma regular y luego váyanse a comer alguna hamburguesa, a hablar de lo mal que está la economía o a chismear sobre el vecino.

Para los pocos lectores que siguen leyendo este texto –los felicito-, les cuento que lo que más me llamó la atención de esta cinta es la relación de pareja entre los protagonistas. La historia comienza con ambos separados y por lo intenso del proceso de ir sobreviviendo a los vampiros tienden a reencontrar aquello que los unió alguna vez.

Cuantas veces nuestras relaciones se van deteriorando por la cotidianidad, sobre todo cuando se trata de las parejas que por lo general –no hablo de estas modernidades de tú en tu casa y yo en la mía que no termino de entender- se comparte cama, nevera y hasta vaso para los cepillos de dientes.

Es allí donde surgen personas que nos pueden atraer porque le inyectan novedad a una vida que pareciera repetirse hasta el hartazgo en nuestro día a día. Si no logramos destrabar las clavijas oxidadas de nuestra relación de pareja, la misma puede irse al traste.

Pero en ocasiones surge una crisis que pese a su aparente aspecto negativo nos salva pues permite que la pareja se reencuentre para superarla. Se trata de nuestro particular ataque vampírico: una enfermedad, un accidente, la pérdida de un familiar, un traspié económico.

Aquellos que basen sus relaciones en sólo el sexo o en los momentos felices sin contar que la vida está hecha de luces y de sombras están condenados a ir entrando y saliendo de parejas como quien se cambia de calcetines o peor aún como quien bota la colilla de un cigarro y enciende el próximo.

Cuando el amor es verdadero las etapas difíciles del camino deberán servir para unirse aún más porque no serán vistas como un sacrificio sino como una oportunidad de mostrarle a nuestra pareja lo que sentimos por ella. 

El dolor como los vampiros tiene carta blanca durante las noches oscuras del alma. Nos conmueve todos los aspectos de nuestra vida destruyendo lo que no tenga sustento sólido y dejando únicamente lo verdadero. 

La vida siempre nos está empujando a amar de forma genuina. Si una crisis personal socaba una relación es porque ella tenía que culminar para liberar el espacio para experiencias más luminosas. 

No le tengamos pues miedo a la oscuridad ni a los vampiros que puedan aparecer.  El amor será nuestro mejor crucifijo, ajo o estaca para defendernos. 

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