martes, 10 de octubre de 2017

The Autopsy of Jane Doe: enfrentando mi mayor miedo

Por @Joaquin_Pereira

Cientos y cientos de girasoles quemados se extienden ante mí en un tramo del Camino de Santiago como una aterradora presencia. Sí, sí, vuelta y vuelta con el camino, dirán, pero es que esa experiencia significó un curso intensivo en mi vida. 

No pude evitarlo, dejé la senda y me interné en el campo de girasoles, sólo troncos negros donde antes estuvieron flores amarillas me rodearon. No pude evitar llorar, por mis muertos, por aquel colega periodista que al salir de su jornada de trabajo lo mataron en Caracas para robarle el carro, por mi tía que por ir a salvar a su nieto se golpeó con una piedra en la cabeza y falleció, por mis mascotas que murieron en mis brazos…

La muerte, ese silencio definitivo y sin respuestas que te golpea y hace que ordenes tu vida haciéndola más ligera. Por años ha sido mi mayor miedo. 

Y viene el reto 7x7 de películas de terror, el día 3, con una cinta que me acorrala y me hace vivir casi dos horas en el lugar del que más intento huir, la morgue. Se trata de  The Autopsy of Jane Doe (2016), dirigida por André Øvredal. 


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Cuando estudiaba periodismo tuve la oportunidad de cubrir el puesto de un colega que trabajaba en la fuente de sucesos. En una semana pude ver el abanico de noticias que le tocaba cubrir: manifestaciones de calle, una joven abaleada cubierta con una sábana, un grupo de personas que buscan el cuerpo de un familiar en la morgue,…

La vida en su infinita sabiduría me ha confrontado con mis mayores miedos para trascenderlos. Como soy inteligente he podido sortear las pruebas del destino pero al final no me he podido escapar de ver de cerca a la conchuda de la guadaña, con sus tibias en cruz y su calavera eternamente sonriente.

Hace poco visité el refugio donde he podido guarecer a mis mascotas tras haber perdido el techo donde nacieron por esta tragedia llamada Venezuela que hace que la gente huya sin compadecerse de lo que deja atrás. Lo primero que hice fue contar a “los míos” y me faltaba uno. El nuevo empleado me dice que hace poco descubrió su cuerpo al final del espacio donde los tienen. 

Me acerco y veo sólo huesos, vertebras, dientes, una calavera. Esa no era mi amada mascota, esos huesos no son ella. Entiendo que abandonó el vehículo que usó en la tierra como quien se muda de ropa. Entiendo que sigue viva en otra dimensión, pero es inevitable sentir que la extraño, que no pude hacer más por ella.

Allí estaba la muerte mostrándome nuevamente su sonrisa burlesca diciéndome: Joaquín, despierta. La vida no está en el cuerpo. No eres tu cuerpo, eres mucho más. Trasciende tu miedo. Nada puede hacerte daño.

Y lo entiendo y por un momento me siento lleno de esperanza, como inflamado por unas ganas de vivir más intensamente. Luego retomo mi día a día y escucho a los demás, aquellos que no quieren hablar de la muerte preocupados por si tienen unos kilos de más, si el vecino los miró mal o si este año ganaron más o menos dinero que el año anterior. 

Sí, la muerte puede ser nuestra mejor amiga si dejamos que juegue a nuestro favor. Nos recuerda lo verdaderamente importante: lo que amamos y nuestra obra. No hay más. 

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