martes, 5 de enero de 2016

La fuente de asombro se renueva: Star Wars VII The Force Awakens



La séptima entrega de la saga Star Wars -The Force Awakens, La Fuerza Despierta- ha logrado un milagro en la opinión pública: en las reuniones familiares o de amigos ya no se habla sólo de política, de economía o de sucesos sangrientos; todos hablamos de R2-D2, BB-8, Han Solo, la princesa Leia, Chewbacca, Luke Skywalker… todos volvimos a ser niños.
“Es bueno renovar las fuentes de asombro, dice el filósofo. Los viajes intersiderales nos han convertido de nuevo en niños”, afirmó el maestro de la ciencia ficción Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas. Y es que después de tanta inflación, corrupción y ataques terroristas, la humanidad necesitaba un respiro para volver a ver hacia las estrellas.
Cuando el dinero no libera, el sexo aburre y la muerte no transforma, sólo nos queda soñar, volver a recordar los mitos primigenios para retomar el rumbo. Ya lo advierte en la cinta Maz Kanata – esa especie de versión femenina de Yoda-: hemos estado por mucho tiempo corriendo la arruga de la batalla que debemos finalmente enfrentar, debemos volver a casa para librar nuestra batalla personal entre la luz y la oscuridad.
Desde su estreno he visto la película varias veces –en sus formatos 2D, 3D y 4D-, y en todas he notado algo, las personas ríen, sufren y se asombran con las mismas secuencias. Esto me hace pensar que somos en realidad una sola entidad emocional que ocupamos temporalmente diversos cuerpos. La historia logra tocar una fibra ancestral que se mantiene latente y que es activada periódicamente para recordarnos nuestro luminoso destino.
En una ocasión detrás de mí estaba una pareja con su hija pequeña: el hombre se notaba que era un fan de la saga pues contestaba acertadamente a las continuas interrogantes de la niña y corregía las equivocaciones de su esposa. El pater familias recobraba su papel atávico frente a la moderna fogata a la que acudimos a escuchar historias: corregir y enseñar, ese es su papel. Estoy seguro que ese padre durmió más profundamente esa noche luego de ver la cinta, como cuando se cierra un círculo de nuestra gestal psicológica que estaba abierto por un tiempo prolongado.
Pero si nos seduce reconocer que formamos parte de una fuerza dual que amerita encontrar el equilibrio, hay otro aspecto de la película que nos afecta aún más: la tensión psicológica con nuestro padre y la necesidad que tenemos de “matarlo” simbólicamente para que nuestra psique alcance nuestra autonomía.
Hace 38 años nos estremecimos cuando Darth Vader le dijo a Luke Skywalker: “Yo soy tu padre”. Hoy volvemos a conmovernos cuando Kylo Ren le pide ayuda a Han Solo para seguir el camino que se ha trazado en su lucha personal contra el lado oscuro de la fuerza.
Y mientras esos dramas se desarrollan en la pantalla, en nuestra alma algo hace click; se despierta el trauma primordial de nuestra infancia para confrontarlo nuevamente y decidir si queremos seguir adelante sin miedo a la luz o permanecemos atemorizados presos de nuestra propia oscuridad.
Como instructor de un taller de escritura creativa por siete años lo que más me impresiona es notar como una historia tiene el poder de trascender barreras generacionales y alimentar la flama vital que nos invita a asombrarnos nuevamente pese al somnífero abrumador del consumo y el descarte. Star Wars ha vuelto, la fuerza ha despertado.