Por @Joaquin_Pereira
La séptima
entrega de la saga Star Wars -The Force Awakens, La Fuerza Despierta- ha
logrado un milagro en la opinión pública: en las reuniones familiares o de amigos
ya no se habla sólo de política, de economía o de sucesos sangrientos; todos
hablamos de R2-D2, BB-8, Han Solo, la princesa Leia, Chewbacca, Luke Skywalker…
todos volvimos a ser niños.
“Es bueno
renovar las fuentes de asombro, dice el filósofo. Los viajes intersiderales nos
han convertido de nuevo en niños”, afirmó el maestro de la ciencia ficción Ray
Bradbury en sus Crónicas marcianas. Y
es que después de tanta inflación, corrupción y ataques terroristas, la
humanidad necesitaba un respiro para volver a ver hacia las estrellas.
Cuando el
dinero no libera, el sexo aburre y la muerte no transforma, sólo nos queda
soñar, volver a recordar los mitos primigenios para retomar el rumbo. Ya lo
advierte en la cinta Maz Kanata – esa especie de versión femenina de Yoda-:
hemos estado por mucho tiempo corriendo la arruga de la batalla que debemos
finalmente enfrentar, debemos volver a casa para librar nuestra batalla personal
entre la luz y la oscuridad.
Desde su
estreno he visto la película varias veces –en sus formatos 2D, 3D y 4D-, y en
todas he notado algo, las personas ríen, sufren y se asombran con las mismas
secuencias. Esto me hace pensar que somos en realidad una sola entidad
emocional que ocupamos temporalmente diversos cuerpos. La historia logra tocar
una fibra ancestral que se mantiene latente y que es activada periódicamente
para recordarnos nuestro luminoso destino.
En una
ocasión detrás de mí estaba una pareja con su hija pequeña: el hombre se notaba
que era un fan de la saga pues contestaba acertadamente a las continuas
interrogantes de la niña y corregía las equivocaciones de su esposa. El pater familias recobraba su papel atávico
frente a la moderna fogata a la que acudimos a escuchar historias: corregir y
enseñar, ese es su papel. Estoy seguro que ese padre durmió más profundamente
esa noche luego de ver la cinta, como cuando se cierra un círculo de nuestra
gestal psicológica que estaba abierto por un tiempo prolongado.
Pero si nos
seduce reconocer que formamos parte de una fuerza dual que amerita encontrar el
equilibrio, hay otro aspecto de la película que nos afecta aún más: la tensión
psicológica con nuestro padre y la necesidad que tenemos de “matarlo”
simbólicamente para que nuestra psique alcance nuestra autonomía.
Hace 38
años nos estremecimos cuando Darth Vader le dijo a Luke Skywalker: “Yo soy tu
padre”. Hoy volvemos a conmovernos cuando Kylo Ren le pide ayuda a Han Solo
para seguir el camino que se ha trazado en su lucha personal contra el lado
oscuro de la fuerza.
Y mientras
esos dramas se desarrollan en la pantalla, en nuestra alma algo hace click; se
despierta el trauma primordial de nuestra infancia para confrontarlo nuevamente
y decidir si queremos seguir adelante sin miedo a la luz o permanecemos
atemorizados presos de nuestra propia oscuridad.
Como
instructor de un taller de escritura creativa por siete años lo que más me
impresiona es notar como una historia tiene el poder de trascender barreras
generacionales y alimentar la flama vital que nos invita a asombrarnos
nuevamente pese al somnífero abrumador del consumo y el descarte. Star Wars ha vuelto, la fuerza ha
despertado.
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