Por @Joaquin_Pereira
Hace poco, ojeando películas en una biblioteca pública en Madrid, me topé con la versión cinematográfica del libro Juan Salvador Gaviota de Richard Bach, dirigida por Hall Bartlett (1973). La primera vez que vi esta película fue a principios de la década de los 90 –del siglo pasado- en el pueblo de mi infancia, El Hatillo, en Venezuela. La vimos un grupo de jóvenes en la sede que utilizábamos para nuestras actividades.
En aquella oportunidad me conmovió mucho ver esta película y estoy seguro que en parte influyó en las decisiones que tomaría más tarde y desencadenarían en el nacimiento de mi Taller de Escritura Creativa.
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Pero no es de esto de los que les quiero hablar esta vez a propósito de esta cinta. Quiero hablarles de las señales. Sí, ya alguno estará pensando, este tío ya viene con su literatura de siempre. Nada. Debo hablarles de las señales.
Desde que tengo uso de razón recuerdo sentir con mucha claridad eso que algunos llaman Intuición. Es como una necesidad imperiosa por hacer algo, ir a un lugar o hablar con alguien. Siempre que he escuchado y seguido a esa voz que me susurra en el oído, mi camino se ha visto favorecido por la buena fortuna.
Algunas veces esa intuición viene antecedida por lo que yo llamo señales. Son objetos, símbolos o frases que me consigo de forma recurrente y que casi me gritan “míranos, te estamos advirtiendo de algo importante, presta atención”.
Eso me pasó semanas antes de tener la idea de mi novela El enigma Pessoa –aún en boceto mientras me saco el miedo del cuerpo por salir de Venezuela y me estabilizo en España-. Veía frecuentemente espirales en todos lados. No es que viera alucinaciones, simplemente cada vez que veía un espirar es como si esa figura resaltara por encima del resto. Luego comprendí que se trataba del leitmotiv de mi novela: la espiral del ADN.
Ahora en Madrid me pasó algo similar pero en esta oportunidad la señal vino en forma de plumas de aves. Días previos a encontrar nuevamente a Juan Salvado Gaviota, las plumas me llamaban la atención fuertemente. Sabía que era un mensaje simbólico avisándome de algo. En un primer momento lo asocié con una especie de protección angélica o la advertencia de que volviera a tener fe y dejara de preocuparme tanto por las cosas materiales. Ahora sé que me estaban avisando de la importancia de volver a ver esta película.
Para los incrédulos y antes de continuar con la lección que obtuve al ver nuevamente la película, quiero darles un ejemplo de los tantos que tengo sobre cómo las señales y la intuición me han conducido providencialmente.
Ocurrió en mi primer viaje a la isla de Madeira, en Portugal, donde nacieron mis padres. En aquella ocasión la intuición me instó a comprar un libro del periodista JJ Benítez titulado Al fin libre. No tuve oportunidad de leerlo durante el trayecto y cuando me encontré con un primo que no veía en años se lo regalé sin pensarlo. La intuición fue muy directa esa vez: tienes que dárselo.
Pasados unos meses supe de la muerte del padre de ese primo, es decir, de mi tío; tenía cáncer en el estómago y cuando los visité no sabía de su estado. Luego al revisar el contenido del libro que le regalé a mi primo comprendí por qué mi intuición insistía en que se lo diera. En ese libro el autor relata la experiencia de la muerte de su padre por cáncer y su comunicación posterior con su espíritu que le señalaba que no se preocupara, que estaba bien, que al fin era libre.
Ese mensaje precisamente es el que debió necesitar mi primo luego del fallecimiento de mi tío.
Qué mano sutil me movió a comprar un libro que luego sin leerlo ni saber su contenido terminaría en manos de la persona que más lo necesitaba. Ese es el poder de las señales al que hago referencia a propósito del reencuentro con Juan Salvador Gaviota.
Mientras escribo estas líneas consulto mi celular, abro Instagram y qué es lo que veo: una imagen de una pluma y un mensaje “Cuando deseas algo con el corazón los ángeles y el universo conspiran para realizar tu deseo”. Señales. Hago repost de esa imagen en mi cuenta para quien quiera verificar lo que digo. Busquen la imagen de las que les hablo publicada hoy 27 de agosto de 2018.
El mensaje que Juan Salvador Gaviota me trajo en esta oportunidad fue contundente: El tiempo y el espacio no existen, es sólo una forma en que tu cerebro intenta organizar el mundo, pero no son reales; todos los seres humanos estamos unidos por el pensamiento; no hace falta estar cerca físicamente para amarse.
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Transcribo algunos de los diálogos de la película que me parecieron muy significativos:
- La velocidad perfecta es estar allí –explica Chang.
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- Dice que todos podemos aprenderlo –dice Marina-. Cuando queramos aprenderlo… en la próxima vida quizá.
- No es tan difícil Juan, una vez que hemos entendido – dice Chang.
- Yo quiero entender ahora. Cómo se siente uno ¿A dónde se puede ir? –responde Juan.
- A cualquier sitio, en cualquier momento, donde quieras ir. Yo he estado en todas partes y a todas horas. Al final uno empieza a pensar que el espacio y el tiempo no son reales –explica Chang.
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- Para volar no hace falta fe. Para volar hace falta entender lo que es volar –dice Chang.
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- Juan, tú naciste para ser maestro, para mostrar la verdad a todo aquel que esté luchando por romper sus barreras. Es importante que des lo que has recibido como un regalo a todo aquel que quiera aceptarlo –señala Chang-… Sigue aprendiendo amor.
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La vida sabía que en estos momentos, al estar alejado físicamente de mis afectos más queridos, me iba a sentir ahogado. Saber que con el pensamiento puedo estar donde desee me genera un profundo estado de paz.
Luego sí, estuvo todo ese tema de ser un paria de una bandada dedicada a luchar por un bocado de comida, mientras lo que se desea es volar. Siempre me sentí identificado con Juan Salvador Gaviota al saber que no encajaba en un mundo mediocre de seres asustados. No es casualidad que los talleristas que pasan por mis cursos, a la par de escribir, terminan rompiendo con relaciones o situaciones que los mantenían limitados o con la sensación de estar encadenados.
Quizá ese fue un segundo mensaje que debía recordar tras ver la película: retoma y reimpulsa el taller de escritura. Insiste a tus talleristas que escribir es una necesidad vital y no una lucha de egos.
Misión cumplida, hablé de las señales. Debo confesar que escribí este texto de un solo tirón como si una fuerza se hubiera apoderado de mis dedos en el teclado.
Deseo que los lectores de esta crónica vuelvan a escuchar a su intuición y se dejen guiar por las señales. Y para los que desconfían y sienten que el mundo es pesado y sin sentido les invito a ir a un aeropuerto y ver como despegan esas moles voladoras como si fueran aves. Alguien alguna vez recibió un susurro de su intuición que le decía “tú también puedes volar”, lo que llevaría al nacimiento del avión.