lunes, 6 de agosto de 2018

So Help Me God: Quitándole el drama a la vida



Hay un lugar en Madrid con un nombre un poco fuerte para mi gusto pero es muestra de lo que el ser humano puede hacer para transformar el dolor en arte: Matadero. 

Hace décadas era destinado al oficio de “beneficiar” reces –eufemismo mediante para las pobres reces-. En la actualidad es utilizado para mostrar y desarrollar diversas actividades culturales y artísticas.

Durante el mes de agosto de este 2018 -cuando el calor del verano está a tope-, proyectan allí estrenos de cine indie al aire libre, bajo el cielo abierto. 

Los que no están familiarizados con el concepto de indie puede que se lleven una sorpresa no muy agradable para su paladar edulcorado por el cine comercial y la televisión basura. Se trata de historias diversas que se caracterizan por la particular forma de ser contadas, con un aire a realismo y cotidianidad.

La primera película de la serie proviene de Bélgica, es una comedia dramática de 2017, producida por Jean Libon e Yves Hinant, titulada So Help Me God. Es el primer largometraje de esta pareja de realizadores que traen el aval de realizar una exitosa serie de televisión cuyos seguidores consideran de culto, llamada StripTease

La cinta muestra a una excéntrica juez belga, Anne Gruwex, desempeñando su oficio de impartir justicia entre el desparpajo y la ironía, algunas veces bordando la ilegalidad. 

Para un descendiente de portugueses como yo, criado con la pasión, el dolor y la nostalgia del fado, ver una película como ésta significa un ejercicio de reubicación de puntos de referencia. Voy a intentar explicarme.



Ante el escritorio de la juez Gruwex vemos pasar varias personas junto a su abogado correspondiente para escuchar la sentencia de su caso. Violencia doméstica, agresiones sexuales, demandas laborales, robos, y hasta la reapertura de una investigación de asesinato son los expedientes que pasan por las manos de esta especie de Rey Salomón moderna. 

Con una sonrisa en el rostro llega a amenazar a uno de los comparecientes a su despacho de utilizar la fuerza si se niega a otorgar una muestra de su ADN. Escucha con curiosidad las diversas técnicas de una trabajadora sexual con sus clientes -que incluye el uso de cintas y agujas para provocar excitación, y hasta masaje prostático-, concluyendo que le parece “una chica muy sana”. Juega con su autoridad para saltarse el tráfico de la ciudad utilizando la sirena de funcionaria de justicia y asiste a la exhumación de un cadáver con una llamativa sombrilla rozada.

En resumen, todo lo que nuestro ego cataloga de atemorizante o trágico es presentado en So Help Me God como trivial e intrascendente. El humor se logra sin efectos forzados ni chanzas, como cuando nos reímos de alguien que sufre una caída estrepitosa.

Los que buscan la narración de una historia con el tradicional inicio-nudo-desenlace se pueden sentir confundidos al observar la sucesión de casos tratados por la jueza. Puede ser que la reapertura de la investigación de un asesinato que se va desarrollando durante toda la película calme un poco su sed de “vine al cine, quiero que me cuenten una historia”. 

En realidad la película funciona como aquellas listas literarias que tanto gustaban a Umberto Eco. Una especie de muestrario de una colección particular de objetos curiosos que terminan funcionando como las piedras que mueve un río en su cauce: puliendo las aristas de nuestros miedos y tabúes. 

Salí de la proyección con la sensación de que el mundo no necesita ser salvado, que todo es perfecto tal cual es, hasta en su dimensión más bizarra. 

Ver una película indie en un espacio utilizado antaño para sacrificar reces, es como la cerveza que se toma la juez mientras observa las fotos de una escena de crimen: un “me vale madre” necesario para que la realidad no nos termine ahogando y poder incluso llegar a disfrutarla.



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