jueves, 16 de agosto de 2018

Arrhythmia: Acercándome a tu galaxia




Cine sin cotufas es mi particular terapia psicoanalítica. Veo una película o una serie y siento qué remueve dentro de mí esa experiencia. Muchas veces lo que observo es mi sombra, mi lado oscuro, que muchas veces esconde un don o talento que no quería reconocer.

Por lo general descifro el tema general de la obra y a partir de allí desarrollo mi particular crónica. Pero esta vez, con la cinta Rusa Arrhythmia (2017), del director Boris Khiebnikov, no fue la historia en general lo que movió algo dentro de mí sino un particular diálogo de uno de los personajes protagónicos.

En la película observamos el momento de quiebre de la relación de una pareja joven, una doctora y un paramédico. Para los ojos de un observador distraído el motivo detrás de la solicitud de divorcio de la mujer a su esposo podría ser la diferencia salarial y de estatus entre ambos o el vicio del alcohol del marido. Pero esto no es así, hay un motivo más sutil pero más trascendente que esto. 

La joven lo deja muy claro cuando ante el cuestionamiento de su esposo sobre las causas de querer el divorcio ella estalla y lo deja en medio de una autopista diciéndole antes que ella no le pide el divorcio por alguna razón crematística o económica, ella lo deja porque está cansada de luchar por pertenecer a la burbuja vibracional de su marido, o en palabras más llanas, no quiere ser un mueble más sino que desea formar parte fundamental de la vida de su pareja. 

El diálogo al que hago referencia y que me impactó dice más o menos lo siguiente: “Estoy cansada de querer aproximarme a tu galaxia y que tú no te des cuenta de ello”.

Aproximarme a tu galaxia. Esa fue la frase que me conmovió.

¿Cuántas veces dejamos de ser quienes somos para agradarle a la persona que nos gusta? ¿Cuántas veces nos dieron una patada por el culo –como debe ser- para quedarnos como un cometa a la deriva sin sistema solar al cual asirnos?

Como somos tozudos, luego de ser expulsados de la galaxia particular de alguien, corremos a gravitar alrededor del sol de otra persona. Descubrimos su particular conformación de planetas –léase parejas y amantes- y volvemos a recibir nuevamente una patada por el culo.

Esto ocurre una y otra vez hasta que ya cansados nos damos cuenta que la clave es dejar de ser cometas y convertirnos en soles. Generar nuestro particular sistema e insertarnos en la galaxia que nos corresponde por nivel de conciencia y vibración.

Es así como –algunas veces sí, algunas veces no- es posible que dos galaxias se encuentren y se fundan generando un sistema central de dos soles –o tres o cuatro…- que vivan en armonía siendo quienes son y dejando libres a quienes aman, disfrutando el placer de saberse cercanos.

Estoy generando mi propio sistema en el que yo soy un sol. Estoy vislumbrando el tipo de galaxia al que pertenezco. Hay soles que me parecen atractivos pero ya no juego a chancear. Hay un sol azul brillando claro y transparente en mi horizonte. Sé que mi paz está cerca de él. Por ahora sólo debo brillar con luz propia.



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