martes, 27 de junio de 2017

Filth: En la vida y en el cine se aplican las mismas reglas





Por @Joaquin_Pereira

“Quebrantó el alto sueño de mi mente
un grave trueno, y vime recobrado
como aquel que despiertan bruscamente;
volvime en torno con mirar pausado
y, puesto en pie, con la mirada atenta,
quise saber a dónde había llegado”.
Divina Comedia, de Dante Alighieri.
Infierno – Canto IV

Esta noche continúo con el reto 7x7 en el que antes de acostarme veo una película que han escogido para mí y de la cual debo escribir una crónica el día siguiente. Esta semana la hemos titulado el Círculo del Infierno, pues las cintas no son las comunes que vemos en las salas de cine que ordeñan al rebaño comedor de cotufas; se tratan de historias que te tambalean pues explotan cualquier burbuja de protección ilusoria que hayas usado para que el mundo no te asuste demasiado. 

Hoy al contrario de los días anteriores estoy muy agotado y mis ojos se cierran involuntariamente. Pero no me dejo arrinconar por el sueño y toco el botón de play. Una nueva dosis de infierno en 3… 2… 1… 

Lo primero que me llama la atención es una escena irónica en la que el protagonista camina por una calle y desarrolla un monólogo interior sobre las bondades de Escocia mientras lo que muestra en pantalla es a un patético grupo familiar: la adolescente embarazada fumando, la madre gorda atragantándose con un sándwich y el padre alcohólico.

Correcto. La película tiene un fuerte tono irónico. Tomo nota, cabeceo un par de veces pero sigo adelante.

Pasamos al interior de un edificio. Se trata de una reunión donde se discute un caso de asesinato. Entonces nuestro protagonista es investigador de la policía. Correcto. Tomo nota. El monólogo interno continúa:

“Los juegos siempre se repiten, siempre se están jugando, pero nadie los juega como yo, el detective sargento Bruce Robertson; pronto será el detective inspector Bruce Robertson. Sólo tengo que ser el mejor y usualmente lo soy… aplicando las mismas reglas”.


***

Entonces ya no es la sala de reunión de unos investigadores en las que el protagonista describe negativamente a sus compañeros.  Yo estoy en esa sala; se trata de mi Taller de Guiones de Cine. Uno de los talleristas es Bruce Robertson. Mientras dicto la clase puedo escuchar su monólogo interior, ahora refiriéndose a mí:

“¿Qué le queda a un director serio que vive en un país bajo dictadura -donde los medios son comprados por testaferros-, para no caer en el tórrido y oscuro mundo de la propaganda y poder comer?: dar clases de cine creativo. Allí estás Candy-Candy. 

Uno pensaría que las ruedas de prensa de políticos corruptos hablando de socialismo o de beisbolistas que quieren grabar un disco de reggaetón era la quinta paila del infierno y descubres que existe un círculo más profundo y escalofriante: la corrección de cientos de guiones de aspirantes a Orson Welles que no dan pie con bola a la hora de usar el punto y coma o los puntos suspensivos y tiemblan a la hora de colocar correctamente un acento. 
La única forma que te recomiendo para soportarlo es con estratégicas dosis de café y en casos de incoherencias graves apoyarte en la bendita gracia de las bebidas espirituosas. Si no caes en el alcoholismo después de limpiar los textos de chorradas, lugares comunes y cursilerías, podrás seguir creyendo que hacer cine puede aprenderse y no es una característica genética dominante en pocos humanos afortunados. 
Cuidado Candy-Candy, que si el alcohol no te mata podrás sufrir una parálisis facial al escuchar a uno de tus talleristas defender su poca afición a las películas en blanco y negro como si fuera la preservación de su virginidad. 
Creen que dirigir se aprende por generación espontánea: ve a un taller de cine y por ósmosis entrará en tu cerebro las reglas del encuadre, la correcta disposición de los actores y el buen gusto”. 


***

Me despabilo y despierto en la sala de mi apartamento en la que veo la película en mi laptop. Debo haberme perdido partes importantes de la trama porque no entiendo qué es lo que está pasando ahora.

Veo a un actor británico que recuerdo de la serie London Spy –una de mis historias de amor favoritas- interpretando a una especie de psicólogo. Está atendiendo al protagonista Bruce Robertson:

“-Sólo los campeones pueden reescribir la historia ¿no? –dice el doctor.
-Sí –contesta Bruce-, siempre he creído que ganar es lo importante, no el tomar parte.
-¿En quién confiamos Bruce?
- En nadie, claro.
- Ni en tus amigos, ni en tu familia, ni siquiera en ti mismo Bruce. Especialmente no en ti mismo, ¿eh?”. 


***

Cierro los ojos y vuelvo a mi Taller de Guiones de Cine. Bruce sigue pensando en mí. ¿Por qué coño escucho sus pensamientos?:

“Tranquilo Candy-Candy, si tus talleristas no logran crear una escena medianamente decente puede apelar al principal antídoto que salvará su ego de naufragar en la frustración eterna: la crítica. El nivel de producción cinematográfica parece inversamente proporcional a la agudeza para destruir a quienes sí crean; y si el autor criticado es comercial y produce más películas que empanadas en mercado popular, más loable su labor de cortar rabo y oreja con su lengua. 
Llegará el momento que ya no puedan escabullirse tras su cháchara en defensa del reinado de los directores malditos, y para entregar una pauta ante la clase deban realizar una invocación espiritista y hacer que el alma de William Heise los posea. No les bastará crear escenas sin sentido sino hacerlo con tal pomposidad que por lo menos suene a director romántico tuberculoso. 
Y para compensar la falta de sorpresa en las tramas de sus guiones tus talleristas te sorprenderán con cosas como ésta: ¿cómo puedo hacer para registrar mis guiones para que no me los plagien? 
Te recomiendo que les digas: “¡Niño, si alguien te plagia deberías agradecerle al cielo porque en tu posición actual lo que debe preocuparte es que nadie te conozca!”. 


***

Como me pasa comúnmente, siento que caigo sobre el sofá y me despierto angustiado. Casi dejo caer al suelo la laptop. Agarro la historia en la escena donde una compañera investigadora le llama la atención al protagonista: 

“-Como tu colega y como ser humano, te digo Bruce, tienes algunas cosas que resolver. Entonces podrías convertirte en el tipo de persona que pareces imaginarte ser”.

Cabeceo…

“-Solía ser bueno en este trabajo, Amanda. Solía ser una buena persona.
-Sí, lo he oído”.

Cabeceo…

“-Mira, hay algo mal en mí. Hay algo seriamente malo conmigo”.




***

Vuelvo a caer dormido. Vuelvo a mi taller. Bruce sigue pensando en mí: 

“Pero ser profesor de cine creativo tiene sus pequeñas alegrías, no es así, Candy-Candy. Como el de ese estudiante sentado allí, el de la tendencia depresiva que gracias a tu taller no ha intentado suicidarse como antes; o como aquel púber del fondo que se confesó homosexual en medio de una clase dado el poder catártico de la experiencia. 
Puede ser que no logres que tus talleristas mejoren su creatividad; que estos sigan destruyendo a Almodovar sin poder acercarse lejanamente a alguno de sus guiones y ni hablar a su número de espectadores; o lograr que no añores la democracia en la que podía ser un director libre.  
Por lo menos te queda una compensación. Pasado unas semanas de seguro alguno de estos te sorprenderá con un mensaje de texto invitándote a ese tradicional café que sabemos lo que significa”. 


***

Ya no sé si estoy en un sueño o en mi sala viendo una película. Veo a Bruce Robertson hablándome de frente: 

“Tienes que tratar de endurecerte. Cierto, eres un buen tipo, pero eres muy blando. 
La verdad es que la gente se asusta del mundo. Tanto como tú, tengo miedo del mundo. Es sólo que no dejas que la gente lo vea, eso es todo. 
Y eso es lo que los juegos son. No estoy bromeando mi Candy - Candy amigo. Eres mi mejor amigo. Mi único amigo. A veces un malhechor puede mostrarte cuando lo estás haciendo mal”.





A la mañana siguiente

Tuve que volver a ver la película con unas buenas dosis de café negro para verla completa sin que el sueño me jugara una mala pasada y me metiera dentro de la trama. Se trata de Filth (2013), escrito y dirigido por Jon S. Baird, adaptación de la novela del mismo título del escritor Irvine Welsh, el mismo autor de la aplaudida Trainspotting.

Entre tanto bombardeo de mentalidad positiva, liderazgo, resiliencia, competitividad, excelencia…  ver una historia como Filth es una especie de respiro en el camino que nos invita a aceptar nuestro lado oscuro. Podemos darnos unos minutos para no ser perfectos, para cagarla, no pasa nada… Las personas que de verdad nos quieren aceptarán también nuestra inmundicia. Gracias Bruce Robertson.

No hay comentarios:

Publicar un comentario