martes, 13 de junio de 2017

Gods and Monsters: ¿Eres realmente libre?



Por @Joaquin_Pereira

Los científicos se desviven en reducir toda experiencia humana a impulsos eléctricos y batalla de enzimas. En el colmo de la soberbia –como modernos Prometeos- creen haber acorralado al amor a unos cuantos neurotransmisores e instintos básicos. 

Si a esto le sumamos el proceso de crianza de nuestros padres y luego el proceso de socialización sólo queda preguntarnos: ¿Somos realmente libres o más bien somos marionetas programadas? ¿Somos dioses creadores o monstruos amaestrados?

De la libertad -tanto en la escogencia de a quién amamos o cuándo morimos- es de lo que trata la película del día 7 del reto 7x7 versión LGBT: Gods and Monsters(1998) del director Bill Condon; una adaptación de la novela El padre de Frankenstein de Christopher Bram.

La cinta muestra los últimos días de James Whales, director de cine famoso por sus películas de horror, entre las que destacó El doctor Frankenstein.

En una de las escenas de Gods and Monsters, el personaje de James Whales expresa una afirmación lapidaria: “La libertad es una droga como cualquier otra. Demasiada puede ser una cosa muy mala”.

Quizá fue esto lo que le ocurrió al Whales real en mayo de 1957, cuando tenía 67 años, y decidió suicidarse ahogándose en la piscina de su mansión. En su nota de suicidio escribió “Mi vida ha sido maravillosa”, “El futuro está lleno únicamente de dolor y viejos recuerdos... Necesito estar en paz y éste es el único modo de lograrlo”. 

Un hombre que vivió su homosexualidad con libertad en el Hollywood de los años 30 del siglo pasado también decidió libremente cuándo partir de este mundo. 

Ver esta película me hizo cuestionar mi propia libertad. ¿Hasta qué punto dejo de hacer las cosas que me gustan para tratar de encajar en el mundo? ¿Mis elecciones son mías en realidad? ¿De dónde provienen mis opiniones?

Nos aferramos a nuestras convicciones con uñas y dientes por temor a sentirnos fuera de control. Creemos que estamos siendo auténticos pero no juzgamos nuestras creencias. ¿Por qué odiamos lo que odiamos? ¿Por qué amamos lo que amamos?

Si día a día hacemos las mismas actividades, comemos en los mismos sitios, los mismos platos, consumimos las mismas marcas de productos, frecuentamos al mismo tipo de gente: ¿estamos realmente vivos? ¿Somos realmente libres?

Cuando un estudiante de mi Taller de Escritura presenta bloqueos a la hora de escribir le invito a que por varias semanas cambie su rutina: escoja rutas diferentes para ir al trabajo; compre nuevas marcas en el automercado; escuche música diferente a la habitual; vaya a un parque y repose descalzo bajo un árbol; visite el mercado central de su localidad para que reciba el impacto de la variedad de frutas, verduras, pescados y otros productos que se ofertan.

Si te fijas bien, el mundo ofrece una variedad infinita de experiencias que ni en cien vidas podríamos experimentarlas todas. Entonces, ¿por qué aferrarnos a nuestros hábitos como si de ellos dependiera la definición de lo que somos?

A los 17 años lo tenía suficientemente claro. Ser escritor sería el único oficio que me permitiría vivir varias vidas en esta vida. Por eso me gusta tanto viajar, variar en la selección de platos del menú, estudiar varios idiomas, entrevistar a personas de todas las condiciones. Me maravilla la diferencia. 

No entiendo a algunas personas que una vez conviviendo en pareja pretenden que esta cambie en varios aspectos. Es como si quisiéramos hacer de ella el monstruo de Frankenstein, con los pedazos de todas nuestras fantasías. 

Para los que saben de astrología –este comentario va por ti Fernando Pessoa-, saben que este año 2017 está ocurriendo una revolución en el ámbito de las relaciones por el tránsito del planeta Júpiter en el sector de Libra. 

Cada vez más veremos a personas escoger vivir su libertad al tener relaciones híbridas: satisfacer el aspecto sexual con alguien, el intelectual con otro, el económico con el de más allá,... El amor se vivirá de forma fragmentada pero auténtica. 

El monstruo de Mary Shelley

¿Te pedí, por ventura, Creador
que transformaras en hombre 
este baro del que vengo?
¿Te imploré alguna vez que 
me sacaras rde la oscuridad?
El Paraíso Perdido, X, 743-5
(Epígrafe de 
Frankenstein o el moderno Prometeo
de Mary Shelley) 

En 1818 Mary Shelley muestra al mundo su obra Frankenstein o el moderno Prometeo. Que una mujer de su época escribiera una obra como esa en parte se debe a haber contado con unos padres dedicados a la literatura. El principal juego de Mary cuando era niña era precisamente crear castillos en el aire soñando despierta, según escribió en una introducción para su obra en una edición de 1831. “Mis sueños eran sólo míos; no se los relataba a nadie. Eran mi refugio cuando estaba molesta y mi mayor placer cuando me sentía libre”, confesó.
En un verano húmedo y lluvioso que la obligó a ella y a su esposo a pasar horas enteras en casa de su vecino lord Byron, recibieron de él un reto: “Cada uno de nosotros escribirá una historia de fantasmas”.
Por varios días se sintió frustrada porque ninguna idea la satisfacía. “La invención –debe admitirse humildemente- no consiste en la creación a partir de la nada, sino en la creación a partir del caos”, comentó la autora en aquella introducción.
En una de aquellas noches su esposo y Byron estaban comentando los experimentos de Darwin sobre la posibilidad de reanimar a un gusano. Cuando fue a reposar, la idea para su historia de terror le llegó de forma abrumadora. 
Lo que en un inicio sería sólo un cuento de unas pocas páginas se convirtió en una novela que ha impactado a varias generaciones de lectores y también pasó a la gran pantalla en múltiples adaptaciones. 

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