viernes, 23 de junio de 2017

It follows: No quiero vivir con miedo


Por @Joaquin_Pereira

“Bajé desde el primero hasta el segundo
círculo, que menor trecho ceñía
más dolor, que me apiada, más profundo. 
Minos horriblemente allí gruñía:
examina las culpas a la entrada
y juzga y manda al tiempo que se lía. 
Divina comedia, de Dante Alighieri 
Infierno – Canto V

Visitaba a un amigo VIH+. Un paciente contiguo se atragantaba. Lo ayudé, tomé su mano huesuda y al ver sus uñas con esmalte escarchado sólo hubo luces y aplausos alrededor. Lo vi salir al backstage, sacarse la peluca y desvestirse rumbo al camerino: “Che querido ayúdame, saldré con un tipo buenísimo del público”. Antes de irse le ofrecí un condón. Dudó pero lo recibió dándome una caricia con sus uñas aún con escarcha. “Gracias”, dijo. En el hospital una mancha de vómito reposa en una cama vacía.

***

El anterior microcuento fue inspirado en un hecho real. Un compañero de la universidad, que durante el día era un aventajado ingeniero en computación y durante la noche era la envidia de las disco gay de Caracas, contrajo el virus de inmunodeficiencia humana una noche en que se le olvidó comprar condones y sus ganas de amar lo acorralaron. 

Meses después lo visitaba en un ala confinada del Hospital Clínico Universitario de Caracas en el que atienden a pacientes que presentan alguna de las múltiples enfermedades oportunistas que la ciencia ha resumido con el término Sida. 

Al lado de su cama yacía un esqueleto aún con vida. Comenzó a atragantarse con su propio vómito y tuve que auxiliarlo antes de que llegara alguna enfermera. Me impresionó ver lo perfectas que estaban sus uñas y entendí lo maravilloso que habría sido el resto de su cuerpo cuando el VIH no había comenzado a navegar por sus venas.

El día en que me avisaron por teléfono que mi amigo había fallecido me negué a llorar. Fui a una juguetería y compré un rompecabezas tridimensional del Arco del Triunfo de París. Aún lo conservo en mi biblioteca como recordatorio de que debo darle un sentido trascendente a mi vida dado que millones no tienen la oportunidad que tengo yo ahora de seguir respirando por ese maldito virus.

***

Recordé a mi amigo mientras veía la tercera película del reto 7x7 Circle of Hell –que busca vapulear cualquier rastro naive de mi personalidad-. La cinta es It follows(2014), del director David Robert Mitchell y considerada una de las mejores propuestas cinematográficas del género terror en una década.

Aunque la cinta no trata directamente sobre el VIH, es la metáfora perfecta del terror que pende como espada de Damocles a todo el que ose tener relaciones sexuales hoy en el planeta. En la historia se presenta como una entidad que te persigue y se contagia a través del coito. 

Según cifras de ONUSida desde el comienzo de la epidemia, aproximadamente 78 millones de personas –se lee rápido, terroríficamente rápido- contrajeron la infección por el VIH y 39 millones de personas han fallecido a causa de enfermedades relacionadas con el VIH.

Recuerdo aún el pánico que viví por varias semanas luego de haber socorrido a aquel paciente con Sida. Por mucho que los científicos aseguran que el VIH se transmite sólo a través de la sangre o fluidos genitales, yo sentía como si una presencia maligna se me hubiera pegado al cuerpo, como le ocurre a la protagonista de la cinta It follows

Formo parte de una generación que aún éramos niños cuando el terror por una enfermedad desconocida oscurecía la expresión de la sexualidad de la humanidad. Más tarde cuando las hormonas comenzaban a bullir en mi interior ya las alarmas estaban activadas señalando con letras fluorescentes “ponte el condón coño, no es un juego”. Aun así tuvimos que ver partir a gente querida. Otros también queridos viven todavía gracias a un coctel diario de pastillas. 

En una ocasión besé en la boca a alguien y me sorprendió que mantuviera los labios fuertemente cerrados. Pasé mucho tiempo tratando de descifrar qué fue lo que ocurrió en aquella ocasión. Ahora entiendo que el terror de contraer alguna enfermedad pesaba más que la oportunidad de disfrute. 

Sé que decir que la vida es una ruleta rusa es consuelo de tontos –doble lugar común-, y no pretendo aconsejar que se vaya por allí sin tomar el mínimo de precauciones. Pero mantenernos amarrados, amordazados, plastificados, desinfectados, aislados, castrados… por el miedo a morir nos está matando en vida. La expresión libre de la sexualidad es un derecho humano y el miedo no debe cuartarlo. No, definitivamente no quiero vivir con miedo.


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